Aug.·. y Resp.·. Logia-Madre Metropolitana
“San Andrés de Escocia N° 1”
SOBRE LOS ASPECTOS DOCTRINALES
DE LA INICIACION MASONICA
Trabajo de selección elaborado por el Q.·. H.·.
Dionisio E. Jara R. V.·. M.·.
Eques ab Aquila Coronata VIIº R+C
H.R.D.M.-K.L.W.N.N.G.
1.- Consideraciones sobre la iniciación.
2.- Sobre la Regularidad Iniciática.
3.- Aspectos velados de la iniciación.
Es así que hemos, en esta oportunidad, decidido abordar algunos puntos sensibles y olvidados, en algunos casos; desnaturalizados y degenerados en otros, de lo que constituye lo esencial en el saber de toda persona que ha cruzado los portales de la Iniciación.
El ilustre Hno.·. René Guenón ocupa un lugar muy especial en nuestros estudios, siendo considerado como un verdadero Maestro Operativo "en todos los Grados", quien ha sido el primero en arrojar Luz sobre algunos temas que en adelante comentaremos. Abordamos estos estudios en cuestión, colocando el debate en sus verdaderos términos: los criterios de verdad sobre la Tradición Masónica , deben buscarse en la Masonería Antigua , anterior a 1717 y constituyen el único camino para hacer claridad en la situación actual.
Hemos revisado los escritos de nuestro Hno.·. René Guenón y buscando en lo esencial de su enseñanza, hemos podido desglosar algunos conceptos que nos parecen muy clarificadores. “Apreciaciones sobre la Iniciación ” es la obra que nos sirve en esta oportunidad de inspiración. Revisemos pues estas conclusiones.
1.- Consideraciones sobre la Iniciación.
La auto-iniciación.
Por muchos años hemos observado como algunas ordenes pseudoiniciáticas han demostrado su total ignorancia, en lo que se refiere a la tradición, al recomendar a sus seguidores la “autoiniciación”, como si uno pudiera iniciarse a si mismo. Olvidan, que la palabra “initium” significa “entrada” o “comienzo”; confunden el hecho mismo de la iniciación, entendida en su sentido estrictamente etimológico, con el trabajo que hay que llevar a cabo ulteriormente para que esa iniciación, de virtual que ha sido primeramente, se convierta con posterioridad en efectiva.
La verdadera iniciación es lo que todas las tradiciones concuerdan en designar como el “segundo nacimiento”; visto así, ¿cómo un ser podría actuar por sí mismo antes de haber nacido?
La transmisión iniciática debe ser entendida con toda propiedad como la “transmisión de una influencia espiritual”, y el papel que juega esta influencia, entre la aptitud natural previamente inherente al individuo, y el trabajo de realización que cumplirá a continuación es fundamental para que concretice su cometido.
Las fases de la iniciación son las mismas que las de la “Gran Obra” hermética, que en el fondo reproducen el proceso cosmogónico de la creación. En efecto, las aptitudes o posibilidades de la naturaleza individual del candidato no son mas, en sí mismas, que una materia prima, es decir, una pura potencialidad, donde no hay nada de desarrollado; allí, en ese estado caótico y tenebroso, que el simbolismo iniciático hace corresponder precisamente al mundo profano, y en el que se encuentra el ser que no ha llegado todavía al «segundo nacimiento». Para que ese caos pueda comenzar a tomar forma y a organizarse, es necesario que una vibración inicial le sea comunicada por las potencias espirituales, que el Génesis hebraico designa como los Elohim; esta vibración, es el Fiat Lux que ilumina el caos, y que es el punto de partida necesario de todos los desarrollos ulteriores; y, desde el punto de vista iniciático, esta iluminación está constituida precisamente por la transmisión de la influencia espiritual (dar la Luz Masónica del ritual). Desde entonces, y por la virtud de esta influencia, las posibilidades espirituales del ser ya no son la simple potencialidad que eran antes; han devenido una virtualidad presta a desarrollarse en acto en las diversas etapas de la realización iniciática.
Así, podemos afirmar, que la iniciación implica tres condiciones que se presentan en modo sucesivo, y que se podrían hacer corresponder respectivamente a los tres términos de: «potencialidad», de «virtualidad» y de «actualidad».
1º La «cualificación», constituida por algunas posibilidades inherentes a la naturaleza propia del individuo, y que son la materia prima sobre la cual deberá efectuarse el trabajo iniciático.
2º La «transmisión», mediante el vinculamiento a una organización tradicional, de una influencia espiritual que da al ser la «iluminación» que le permitirá ordenar y desarrollar esas posibilidades que lleva en él.
3º El «trabajo interior», por el que, con el concurso de «ayudas» o de «soportes» exteriores, si hay lugar a ello, y sobre todo en las primeras etapas, este desarrollo será realizado gradualmente, haciendo pasar al ser, de escalón en escalón, a través de los diferentes grados de la jerarquía iniciática, para conducirle a la meta final de la «Liberación» o de la «Identidad Suprema».
De esta manera queremos demostrar que la “autoiniciación” no es más que un engaño, por decir lo menos, desde el punto de vista tradicional.
Misticismo e iniciación.
Otro término que escuchamos muy seguido nombrar o hacer referencia es al «misticismo», asunto que no tiene y no puede tener nada en común con la iniciación, primero porque el misticismo depende exclusivamente del dominio religioso, es decir, exotérico, y porque la vía mística difiere de la vía iniciática por todos sus caracteres esenciales, y porque esta diferencia es tal que resulta entre ellas una verdadera incompatibilidad. Por lo demás, precisamos que se trata de una incompatibilidad de hecho más bien que de principio, en el sentido de que, para nosotros, no se trata de ningún modo de negar el valor al menos relativo del misticismo, ni contestarle el lugar que puede pertenecerle legítimamente en algunas formas tradicionales; así pues, la vía iniciática y la vía mística pueden coexistir perfectamente, pero lo que queremos decir, es que es imposible que alguien siga a la vez la una y la otra. No se puede cabalgar en dos caballos a la vez.
Nuestra intención es sobre todo insistir sobre la diferencia en virtud de la cual la iniciación, en su proceso mismo, presenta caracteres completamente diferentes de los del misticismo, hasta incluso opuestos, lo que basta para mostrar que se trata de dos «vías» no solo distintas, sino incompatibles. Lo que se dice más frecuentemente a este respecto, es que el misticismo es «pasivo», mientras que la iniciación es «activa»; por lo demás, eso es muy verdadero, a condición de determinar bien la acepción en la que debe entenderse esto exactamente. Eso significa sobre todo que, en el caso del misticismo, el individuo se limita a recibir simplemente lo que se presenta a él, y tal como se presenta. En el caso de la iniciación, al contrario, es al individuo a quien pertenece la iniciativa de una «realización» que perseguirá metódicamente, bajo un control riguroso e incesante, y que deberá llevarle normalmente a rebasar las posibilidades mismas del individuo como tal; es indispensable agregar que esta iniciativa no es suficiente, ya que es bien evidente que el individuo no podría rebasarse a sí mismo por sus propios medios, pero, y es esto lo que nos importa por el momento, es esa iniciativa la que constituye obligatoriamente el punto de partida de toda «realización» para el iniciado, mientras que el místico no tiene ninguna, ni siquiera para cosas que no van en modo alguno más allá del dominio de las posibilidades individuales.
Así, el tema del misticismo resulta ser de una palabra que mucho hemos escuchado donde no se debe. Tenemos que afirmar, que la iniciación no es, como las realizaciones místicas, algo que «cae de las nubes», si nos permiten el término, sin que se sepa cómo ni por qué; reposa al contrario sobre leyes científicas positivas y sobre reglas técnicas rigurosas.
En último caso pensamos que la confusión de la iniciación con el misticismo es sobre todo el hecho de aquellos que, por razones cualesquiera, quieren negar más o menos expresamente la realidad de la iniciación misma reduciéndola a algo diferente.
Los ocultistas.
Por otra parte, y desde otra perspectiva, debemos recordar que existen concepciones enormemente extendidas según las cuales la iniciación sería algo de orden simplemente «moral» y «social», asunto que no puede estar más lejos del sentido tradicional de la iniciación. También debemos hacer referencias importantes (sobre todo en ordenes que se auto califican de “esotéricas-ocultistas”) de errores más sutiles, y por consiguiente más temibles, cuando a veces se habla, a propósito de la iniciación, de una «comunicación» con estados superiores o «mundos espirituales»; y, ante todo, en eso hay muy frecuentemente la ilusión que consiste en tomar por «superior» lo que no lo es verdaderamente, simplemente porque aparece como más o menos extraordinario o «anormal». Debemos recordar que existe una gran confusión entre el significado del concepto de lo psíquico y de lo espiritual, ya que, a este respecto, es esa la que se comete más frecuentemente; de hecho, los estados psíquicos no tienen nada de «superior» ni de «transcendente», puesto que forman parte únicamente del estado individual humano; y, cuando hablamos de estados superiores del ser, con eso entendemos, sin ningún abuso de lenguaje, los estados supra-individuales exclusivamente. Algunos van incluso todavía más lejos en la confusión y hacen de «espiritual» casi sinónimo de «invisible», es decir, que toman por tal, indistintamente, todo lo que no cae bajo los sentidos ordinarios y «normales».
Casi todas las escuelas e incluso algunas órdenes pseudoiniciáticas del occidente moderno tienen como meta el «desarrollo de los poderes psíquicos latentes en el hombre», cosa que está muy lejos de la visión tradicional. Para nosotros, la iniciación tiene como meta, esencialmente rebasar las posibilidades de estos estados y hacer efectivamente posible el paso a los estados superiores, e incluso, finalmente, conducir al ser más allá de todo estado condicionado cualquiera que sea. En lo que concierne a la iniciación, la simple comunicación con los estados superiores no puede ser considerada como un fin, sino solo como un punto de partida: si esta comunicación debe ser establecida primeramente por la acción de una influencia espiritual, es para permitir después una toma de posesión efectiva de esos estados, y no simplemente, como en el orden religioso, para hacer descender sobre el ser una «gracia» que le liga a ellos de una cierta manera, pero sin hacerle penetrar en ellos. Por consiguiente, toda realización iniciática es esencial y puramente «interior», al contrario de esa «salida de sí» que constituye el «éxtasis» en el sentido propio y etimológico de esta palabra; y esa es, no ciertamente la única diferencia, pero al menos sí una de las grandes diferencias que existen entre los estados místicos, que pertenecen enteramente al dominio religioso, y los estados iniciáticos.
La elite.
Desde el punto de vista propiamente tradicional, aquello que da a la palabra «elite» todo su valor, es que se deriva de «elegido». Decimos que la elite, tal como la entendemos, representa el conjunto de aquellos que poseen las cualificaciones requeridas para la iniciación, y que, naturalmente, son siempre una minoría entre los hombres; en un sentido, éstos son todos «llamados», en razón de la situación «central» que ocupa el ser humano en este estado de existencia, entre los demás seres que se encuentran igualmente en él, pero hay pocos «elegidos», y, en las condiciones de la época actual, hay ciertamente menos que nunca.
Las cualificaciones iniciáticas, tal como pueden determinarse desde el punto de vista propiamente «técnico», no son todas de un orden exclusivamente intelectual, sino que conllevan también la consideración de otros elementos constitutivos del ser humano. Normalmente, todos aquellos que están cualificados así deberían tener, la posibilidad de obtener una iniciación; si la cosa no es así de hecho, se debe en suma únicamente al estado presente del mundo occidental, y, a la desaparición de la elite consciente de sí misma y la ausencia de organizaciones iniciáticas adecuadas para recibirla.
La jerarquía iniciática.
Toda organización iniciática en sí misma, es esencialmente jerárquica, No obstante, la jerarquía iniciática tiene algo de especial que la distingue de todas las demás: es que está formada esencialmente por grados de «conocimiento», con todo lo que implica esta palabra entendida en su verdadero sentido, ya que en eso consisten propiamente los grados de la iniciación.
Por consiguiente, los grados existentes en una organización iniciática cualquiera no representarán nunca más que una suerte de clasificación más o menos general, forzosamente «esquemática», y limitada en suma a la consideración distinta de algunas etapas principales o más claramente caracterizadas.
A decir verdad, en todo eso no puede haber ninguna distinción perfectamente delimitada que no sea la de los «misterios menores» y los «misterios mayores», conceptos que analizaremos más adelante.
La repartición de los miembros de una organización iniciática en sus diferentes grados no es más que «simbólica» en relación a la jerarquía real, porque, en muchos casos, la iniciación a un grado cualquiera puede no ser más que virtual. Si la iniciación fuera siempre efectiva, o lo deviniera obligatoriamente antes de que el individuo tuviera acceso a un grado superior, las dos jerarquías coincidirían enteramente.
2.- Sobre la Regularidad Iniciática
Organización tradicional – regular.
El vinculamiento a una organización tradicional regular, no es solamente una condición necesaria de la iniciación, sino que es lo que constituye la iniciación en el sentido más estricto, tal como la define la etimología de la palabra que la designa, un «segundo nacimiento», o como una «regeneración», porque debe conducirle, como primera etapa esencial de su realización, a la restauración en él del «estado primordial», que es la plenitud y la perfección de la individualidad humana, y que reside en el punto central, único e invariable, desde donde el ser podrá elevarse después hacia los estados superiores. Por consiguiente, la regularidad no es el concepto de mutuos reconocimientos de potencias y pactos masónicos (cosa que no desconocemos), pero ello visto solamente desde el plano de las jurisdicciones territoriales.
Ahora bien, es evidente que no se puede transmitir más que aquello que se posee; por consiguiente, es menester necesariamente que una organización sea efectivamente depositaria de una influencia espiritual para poder comunicarla a los individuos que se vinculan a ella; y esto excluye absolutamente a todas las formaciones pseudoiniciáticas, tan numerosas en nuestros tiempos, y desprovistas de todo carácter auténticamente tradicional.
Solo como un ejemplo, podemos citar aquí una multitud de agrupaciones, de origen muy reciente, que se titulan «rosacrucianos», sin estos haber tenido jamás el menor contacto con los Rosa-Cruz; podríamos hacer una excepción (solo para la comprensión de lo que tratamos de decir) admitiendo que la constitución de algunas de esas agrupaciones procede de un deseo sincero de vincularse «idealmente» a los Rosa-Cruz, (como es el caso del marques Stalislao de Guaita con su “Orden Kabalistica de la Rosa +Cruz”) sin embargo, desde el punto de vista iniciático esto viene a ser nada. Por lo demás, lo que decimos sobre este ejemplo particular se aplica igualmente a todas las organizaciones inventadas por los ocultistas y demás «neoespiritualistas» de todo género y de toda denominación, organizaciones que, sean cuales sean sus pretensiones, no pueden, en toda verdad, ser calificadas más que de «pseudoiniciáticas», ya que no tienen absolutamente nada real que transmitir, y ya que lo que presentan no es más que una contrahechura, e incluso muy frecuentemente una parodia o una caricatura de la iniciación.
Debemos aún decir que, aunque se trate de una organización auténticamente iniciática, los miembros de estas no tienen el poder de cambiar sus formas a su gusto o de alterarlas en lo que tienen de esencial. Por tanto, una organización iniciática no puede incorporar válidamente a sus ritos elementos tomados de formas tradicionales diferentes de aquella según la cual está constituida regularmente; tales elementos, cuya adopción tendría un carácter completamente artificial, no representarían más que simples fantasías redundantes, sin ninguna eficacia desde el punto de vista iniciático.
Hemos sido testigos de con cuanta facilidad algunos, tomando rituales prestados o copiados literalmente de enciclopedias, han armado ritos y ordenes con una soltura de cuerpo que causan admiración. Luego, hemos también observado como cada cierta cantidad de tiempo, estas ordenes – sobre todo de fabricación francesa – cambian trozos y partes de rituales para aplicarlos a sus particulares visiones desnaturalizadas; ciertamente que desde el punto de vista tradicional esto es a lo menos una aberración.
Como lo hemos venido afirmando, la iniciación real consiste esencialmente en la transmisión de una influencia espiritual, transmisión que solo puede efectuarse por medio de una organización tradicional regular.
La «regularidad» debe ser entendida en el sentido que quedan excluidas todas las organizaciones pseudoiniciáticas, es decir, todas aquellas que, cualesquiera que sean sus pretensiones y de cualquier apariencia que se revistan, no son efectivamente depositarias de ninguna influencia espiritual, y, por consecuencia, no pueden transmitir nada en realidad.
De allí que es capital comprender lo que tradicionalmente se designa como la «cadena» iniciática, es decir, la sucesión que asegura de una manera ininterrumpida la transmisión de una determinada filiación.
La constitución de las organizaciones iniciáticas regulares no está a disposición de simples iniciativas individuales, y puede decirse otro tanto exactamente en lo que concierne a las organizaciones religiosas, porque en uno y otro caso, es necesaria la presencia de algo que no podría venir de los individuos, puesto que está más allá del dominio de las posibilidades humanas.
Organizaciones exotéricas y esotéricas.
Desde nuestro punto de vista tradicional, podemos dividir las organizaciones tradicionales en «exotéricas» y «esotéricas». Por «exotéricas» entendemos las organizaciones que, en una cierta forma de civilización, están abiertas a todos indistintamente, y por «esotéricas» aquellas que están reservadas a una elite, o, en otros términos, donde no son admitidos más que aquellos que poseen una «cualificación» particular. Estas últimas son propiamente las organizaciones iniciáticas.
La iniciación tiene un origen «no humano», ya que, sin eso, no puede alcanzar de ninguna manera su meta final, que rebasa el dominio de las posibilidades individuales; es por eso por lo que los verdaderos ritos iniciáticos, no pueden ser referidos a autores humanos, y, de hecho, nunca se les conocen tales autores, como tampoco se conocen inventores de los símbolos tradicionales, y por la misma razón, los símbolos son igualmente «no humanos» en su origen y en su esencia.
En tales condiciones, es fácil comprender que el papel del individuo que confiere la iniciación a otro es verdaderamente un papel de «transmisor», en el sentido más exacto de esta palabra; él no actúa como individuo, sino como soporte de una influencia que no pertenece al orden individual; él es únicamente un eslabón de la «cadena» cuyo punto de partida está fuera y más allá de la humanidad. Es por eso por lo que no puede actuar en su propio nombre, sino en el nombre de la organización a la que está vinculado y de la que tiene sus poderes, o, más exactamente todavía, en el nombre del principio que esta organización representa visiblemente.
A todo lo dicho, algunos podrían pretender que la iniciación podría haber salido de la religión, y con mayor razón de una «secta». Esto seria invertir todas las relaciones normales que resultan de la naturaleza misma de las cosas; el esoterismo es verdaderamente, en relación al exoterismo religioso, lo que el espíritu es en relación al cuerpo, de suerte que, cuando una religión ha perdido todo punto de contacto con el esoterismo, ya no queda en ella más que «letra muerta» y formalismo incomprendido, ya que lo que la vivificaba, era la comunicación efectiva con el centro espiritual del mundo, y ésta no puede ser establecida y mantenida conscientemente más que por el esoterismo y por la presencia de una organización iniciática verdadera y regular.
Sociedades profanas, versus, organizaciones iniciáticas.
Otro punto que es necesario clarificar, es aquel concepto completamente erróneo de identificar, como se hace comúnmente, a las «organizaciones iniciáticas» con las «sociedades secretas». Primeramente, es muy evidente que las dos expresiones no pueden coincidir de ninguna manera en su aplicación, ya que, de hecho, hay bastantes tipos de sociedades secretas, muchas de las cuales no tienen, ciertamente, nada de iniciático; ellas pueden constituirse debido al hecho de una simple iniciativa individual, y para una meta cualquiera. Por otra parte, si ocurre que una organización iniciática toma accidentalmente la forma de una sociedad, ésta será forzosamente secreta, al menos en uno de los sentidos que se dan a esta palabra en parecido caso, y que no siempre se tiene el cuidado de distinguir con una precisión suficiente.
Por otro lado algunos confunden a las «organizaciones iniciáticas» con algunas «sociedades», es decir, una asociación que tiene estatutos, reglamentos, reuniones en lugar y fecha fijas, que tiene registro de sus miembros, que posee archivos, actas de sus sesiones y otros documentos escritos, en una palabra que está rodeada de todo un aparato exterior más o menos burocrático. Todo eso es perfectamente inútil para una organización iniciática, que, en cuanto a formas exteriores, no tiene necesidad de nada más que de un cierto conjunto de ritos y de símbolos, que, del mismo modo que la enseñanza que los acompaña y los explica, deben transmitirse regularmente por tradición oral.
Recordaremos también, a este propósito, que, incluso si ocurre a veces que estas cosas sean puestas por escrito, eso nunca puede ser más que a título de simple «ayuda para la memoria», y que eso no podría dispensar en ningún caso de la transmisión oral y directa, puesto que solo ella permite la comunicación de una influencia espiritual, lo que constituye la razón de ser fundamental de toda organización iniciática; un profano que conociera todos los ritos, por haber leído su descripción en los libros, no estaría iniciado de ningún modo por eso, ya que, es bien evidente que, de ese modo, la influencia espiritual vinculada a esos ritos no le habría sido transmitida de ninguna manera. Ya hicimos referencia cuando tratamos el tema de la autoiniciación.
Cuando se trata de una sociedad profana, uno puede salir de ella del mismo modo que ha entrado, y se encuentra entonces pura y simplemente con lo que era antes; una dimisión o una expulsión basta para que todo lazo sea roto, puesto que ese lazo es evidentemente de una naturaleza completamente exterior y no implica ninguna modificación profunda del ser. Por el contrario, desde que ha sido admitido en una “organización iniciática”, cualquiera que sea, jamás, por ningún medio, se puede dejar de estar vinculado a ella, puesto que la iniciación, por eso mismo de que consiste esencialmente en la transmisión de una influencia espiritual, es necesariamente conferida de una vez por todas y posee un carácter propiamente indeleble; se trata de un hecho de orden «interior» contra el que ninguna formalidad administrativa puede nada.
Una sociedad, incluso secreta, siempre puede ser el blanco de atentados provenientes del exterior, concretamente, podría ser disuelta por la acción de un poder político. Por el contrario, la organización iniciática, por su naturaleza misma, escapa a tales contingencias, y ninguna fuerza exterior puede suprimirla. La cualidad de sus miembros no puede perderse nunca ni serles arrebatada, conserva una existencia efectiva en tanto que uno solo de entre ellos permanezca vivo, y solo la muerte del último implicará su desaparición.
Ritos esotéricos y exotéricos.
Debemos señalar a modo de recordatorio que, en cuanto a la distinción de los ritos iniciáticos y de los ritos exotéricos, los primeros están reservados y no conciernen más que a una elite que posee cualificaciones particulares, mientras que los segundos son públicos y se dirigen indistintamente a todos los miembros de un medio social dado, la meta no podría ser la misma en realidad.
De hecho, los ritos exotéricos no tienen como meta, como los ritos iniciáticos, abrir al ser a algunas posibilidades de conocimiento para lo cual todos no podrían ser aptos; toda religión se propone únicamente asegurar la «salvación» de sus adherentes, lo que es una finalidad que depende todavía del orden individual, y, por definición, en cierto modo, su punto de vista no se extiende más allá; los místicos mismos no consideran más que la «salvación» y nunca la «liberación», mientras que, al contrario, ésta es la meta última y suprema de toda iniciación (entiéndase dentro de una organización iniciática tradicional).
La iniciación, a cualquier grado que sea, representa para el ser que la ha recibido una adquisición permanente, un estado que, virtual o efectivamente, ha alcanzado de una vez por todas, y que nada en adelante podría arrebatarle. Como lo hemos dicho antes, los ritos de iniciación confieren un carácter definitivo e imborrable; la cualidad iniciática, una vez que ha sido recibida, no está vinculada de ninguna manera al hecho de ser miembro activo de tal o cual organización; desde que el vinculamiento a una organización tradicional ha sido efectuado, no puede ser roto por nada, y subsiste aunque el individuo ya no tenga ninguna relación aparente con esa organización, lo que no tiene más que una importancia completamente secundaria a este respecto. A falta de toda otra consideración, eso solo bastaría para mostrar cuan profundamente difieren las organizaciones iniciáticas de las asociaciones profanas, a las cuales no podrían ser asimiladas y ni siquiera comparadas de ninguna manera: aquel que se retira de una asociación profana o que es excluido de ella, ya no tiene ningún lazo con ella y vuelve a ser de nuevo exactamente lo que era antes de formar parte de ella; por el contrario, el lazo establecido por el carácter iniciático no depende en nada de contingencias tales como una dimisión o una exclusión, que son de orden simplemente «administrativo», y que no afectan más que a las relaciones exteriores; y, si éstas últimas lo son todo en el orden profano, donde una asociación no tiene nada más que dar a sus miembros, no son al contrario, en el orden iniciático, más que un medio completamente accesorio, y en modo alguno necesario, en relación con las realidades interiores que son las únicas que importan verdaderamente.
Operativo y especulativo.
A todo esto, es necesario que nos refiramos a un tema que es fundamental para entender lo que venimos explicando, es el caso de masonería operativa y la masonería especulativa, sobre lo que tenemos algo que decir, aunque sea en forma sintética.
Los masones «operativos» eran exclusivamente hombres de oficio, que poco a poco, «aceptaron» entre ellos, a título honorífico en cierto modo, a personas extrañas al arte de construir; pero, finalmente, ocurrió que este segundo elemento devino predominante, o sea, se transformaron en mayoría, y es de eso de donde resultó la transformación de la Masonería «operativa» en la Masonería «especulativa», que no tiene ya con el oficio más que una relación ficticia o «ideal». Esta Masonería «especulativa» data, como se sabe, de comienzos del siglo XVIII; pero algunos, constatando la presencia de miembros no obreros en la antigua Masonería «operativa», creen poder concluir de ello que esos eran ya Masones «especulativos», cosa que resulta en total error.
Antiguamente no había otra distinción que la de los masones «libres», que eran los hombres de oficio, y que se llamaban así a causa de las franquicias que habían sido acordadas por los soberanos a sus corporaciones, y sin duda también porque la condición del hombre libre de nacimiento era una de las cualificaciones requeridas para ser admitido a la iniciación, y de los Masones «aceptados», que, ellos sí, no eran profesionales, y entre los cuales se hacía un sitio aparte a los eclesiásticos, que eran iniciados en Logias especiales para poder desempeñar la función de «capellán» en las Logias ordinarias; pero los unos y los otros eran igualmente, aunque a títulos diferentes, miembros de una única y misma organización, que era la Masonería «operativa»; ¿y cómo habría podido ser de otra manera, cuando ninguna Logia habría podido funcionar normalmente sin estar provista de un «capellán», y por consiguiente sin contar al menos con un Masón «aceptado» entre sus miembros?. Por lo demás, es exacto que es entre los Masones «aceptados» y por su acción como se ha formado la Masonería «especulativa»; y esto puede explicarse en suma bastante simplemente por el hecho de que, al no estar vinculados directamente al oficio, y al no tener, por eso mismo, una base suficientemente sólida para el trabajo iniciático bajo la forma de que se trata, podían, más fácil o más completamente que otros, perder de vista una parte de lo que conlleva la iniciación, e incluso diremos que la parte más importante, puesto que es la que concierne propiamente a la «realización».
El paso de lo «operativo» a lo «especulativo», muy lejos de constituir un «progreso», es exactamente todo lo contrario desde el punto de vista iniciático; hablando propiamente, no implica forzosamente una desviación, pero sí al menos una degeneración en el sentido de una mengua; y esta mengua consiste en la negligencia y el olvido de todo lo que es «realización», puesto que eso es lo verdaderamente «operativo», para no dejar subsistir ya más que una visión puramente teórica de la iniciación.
«Especulación» y «teoría» son sinónimos; y se entiende que la palabra «teoría», quiere decir, un conocimiento indirecto. Por otro lado, la palabra «operativo» no debe considerarse exactamente como un equivalente de «práctico», en tanto que este último término se refiere siempre a la «acción» de suerte que aquí no podría emplearse sin equívoco ni impropiedad; en realidad, se trata de ese «cumplimiento» del ser que es la «realización» iniciática.
De esta manera, es fácil darse cuenta de lo que queda en el caso de una iniciación que no es más que «especulativa»: la transmisión iniciática subsiste siempre, puesto que la «cadena» tradicional no ha sido interrumpida Eso no quiere decir, que los ritos ya no tengan efecto en parecido caso, de ser el vehículo de la influencia espiritual; pero, este efecto se «difiere» en cuanto a su desarrollo «en acto», y es como un germen al que le faltan las condiciones necesarias para su eclosión, puesto que estas condiciones residen en el trabajo «operativo», únicamente por el cual la iniciación puede hacerse efectiva.
Sea como sea, una organización iniciática que posee una filiación auténtica y legítima, cualquiera que sea el estado más o menos degenerado en el que se encuentre reducida al presente, no podría ser confundida nunca, ciertamente, con una pseudoiniciación cualquiera, que no es en suma más que una pura nada, ni con la contrainiciación, que, ella sí, en efecto, es algo, pero algo absolutamente negativo, que va directamente en contra de la meta que se propone esencialmente toda verdadera iniciación.
Iniciación virtual e iniciación efectiva.
La diferencia entre la iniciación efectiva y la iniciación virtual, para ser comprendida, es desde la base del vinculamiento a una organización tradicional regular, eso basta para la iniciación virtual, mientras que el trabajo interior que viene a continuación concierne propiamente a la iniciación efectiva. La iniciación virtual es la iniciación entendida en el sentido más estricto de esta palabra, es decir, como una «entrada» o un «comienzo, es sólo el punto de partida necesario de todo lo demás; cuando se ha entrado en una vía, todavía es menester esforzarse por seguirla, e incluso, si se puede, por seguirla hasta el final. Todo esto se podría resumir en estas pocas palabras: entrar en la vía, es la iniciación virtual; seguir la vía, es la iniciación efectiva.
Debido a la degeneración de algunas organizaciones que, devenidas únicamente «especulativas», no pueden por eso mismo ayudarles de ninguna manera en el trabajo «operativo», a los suyos no les proporcionan nada que pueda permitirles siquiera sospechar la existencia de una «realización» cualquiera. Recordemos que la iniciación es esencialmente una transmisión, y agregaremos que esto puede entenderse en dos sentidos diferentes: por una parte, transmisión de una influencia espiritual, y, por otra parte, transmisión de una enseñanza tradicional. Es la transmisión de la influencia espiritual la que debe ser considerada en primer lugar, no sólo porque debe preceder lógicamente a toda enseñanza, sino también y sobre todo porque es ella la que constituye esencialmente la iniciación en el sentido estricto, de suerte que, si no debiera tratarse más que de iniciación virtual, todo podría en suma limitarse a eso, sin que haya lugar a agregarle ulteriormente una enseñanza cualquiera. La enseñanza iniciática, no puede ser otra cosa que una ayuda exterior aportada al trabajo interior de la realización, a fin de apoyarle y de guiarle tanto como sea posible; en el fondo, esa es su única razón de ser, y es en eso sólo en lo que puede consistir el lado exterior y colectivo de un verdadero «trabajo» iniciático.
El efecto del rito por el que se opera esta transmisión es «diferido», y queda en el estado latente y «no desarrollado» en tanto que no se pase de lo «especulativo» a lo «operativo»; es decir, que las consideraciones teóricas, que no tienen valor real más que si están destinadas a preparar la «realización».
Misterios menores y misterios mayores.
A propósito de lo que venimos comentando, debemos hacer una obligada referencia a los «misterios mayores» y de los «misterios menores», designaciones tomadas de la antigüedad griega, pero que, en realidad, son susceptibles de una aplicación completamente general. En principio, los «misterios menores» no son más que una preparación a los «misterios mayores», puesto que su término mismo no es todavía más que una etapa de la vía iniciática.
Los «misterios menores» comprenden todo lo que se refiere al desarrollo de las posibilidades del estado humano considerado en su integridad; por consiguiente, terminan en lo que hemos llamado la perfección de este estado, es decir, en lo que se designa tradicionalmente como la restauración del «estado primordial». Los «misterios mayores» conciernen propiamente a la realización de los estados suprahumanos: tomando al ser en el punto donde le han dejado los «misterios menores», y que es el centro del dominio de la individualidad humana, le conducen más allá de este dominio, y a través de los estados supraindividuales, pero todavía condicionados, hasta el estado incondicionado, que es el único que es la verdadera meta, y que se designa como la «Liberación final» o como la «Identidad Suprema». En efecto, de ello resulta que los «misterios mayores» están en relación directa con la «iniciación sacerdotal», y los «misterios menores» con la «iniciación real».
Los «misterios menores» implican esencialmente el conocimiento de la naturaleza, y los «misterios mayores», el conocimiento de lo que está más allá de la naturaleza. Así pues, el conocimiento metafísico puro depende propiamente de los «misterios mayores», y el conocimiento de las ciencias tradicionales de los «misterios menores»; por lo demás, como el primero es el principio del que derivan necesariamente todas las ciencias tradicionales, de ello resulta también que los «misterios menores» dependen esencialmente de los «misterios mayores» y que tienen su principio en ellos, del mismo modo que el poder temporal, para ser legítimo, depende de la autoridad espiritual y tiene su principio en ella.
Para establecer mayor claridad sobre este importante punto debemos observar que si consideramos la historia de la humanidad tal como la enseñan las doctrinas tradicionales, en conformidad con las leyes cíclicas, debemos decir que en el origen, el hombre, al tener la plena posesión de su estado de existencia, tenía naturalmente por eso mismo las posibilidades correspondientes a todas las funciones, anteriormente a toda distinción de éstas. La división de estas funciones se produjo en un estado ulterior, que representa ya un estado inferior al «estado primordial», pero en el que cada ser humano, aunque ya no tenía más que algunas posibilidades determinadas, tenía todavía espontáneamente la consciencia efectiva de estas posibilidades. Es sólo en un periodo de mayor oscurecimiento cuando esta consciencia vino a perderse; y, desde entonces, la iniciación devino necesaria para permitir al hombre recobrar, con esta consciencia, el estado anterior al que ella es inherente; tal es en efecto el primero de sus fines, el que se propone más inmediatamente. Eso, para ser posible, implica una transmisión que se remonta, por una «cadena» ininterrumpida, hasta el estado que se trata de restaurar, y así, seguidamente, hasta el «estado primordial» mismo; y todavía, puesto que la iniciación no se detiene ahí, y puesto que los «misterios menores» no son más que la preparación a los «misterios mayores», es decir, a la toma de posesión de los estados superiores del ser, es menester en definitiva remontar más allá incluso de los orígenes de la humanidad; es por eso por lo que la cuestión de un origen «histórico» de la iniciación aparece como enteramente desprovista de sentido. Por lo demás, ocurre lo mismo en lo que concierne al origen de los oficios, de las artes y de las ciencias, considerados en su acepción tradicional y legítima, ya que todos, a través de las diferenciaciones y de las adaptaciones múltiples, pero secundarias, derivan igualmente del «estado primordial», que los contiene a todos en principio, y, por ahí, se ligan a los demás órdenes de existencia, más allá de la humanidad misma, lo que, por lo demás, es necesario para que, cada uno en su rango y según su medida, puedan concurrir efectivamente a la realización del «plan del Gran Arquitecto del Universo».
Debemos agregar todavía que, puesto que los «misterios mayores» tienen como dominio el conocimiento metafísico puro, que es esencialmente uno e inmutable en razón misma de su carácter principal, es solo en el dominio de los «misterios menores» donde pueden producirse desviaciones; y esto podría explicar muchos de los hechos concernientes a algunas organizaciones iniciáticas incompletas. De una manera general, estas desviaciones suponen que el lazo normal con los «misterios mayores» ha sido roto, de suerte que los «misterios menores» han llegado a ser tomados por un fin en sí mismos; y, en estas condiciones, ya no pueden llegar siquiera realmente a su término, sino que se dispersan en cierto modo en un desarrollo de posibilidades más o menos secundarias, desarrollo que, al no estar ordenado ya en vista de un fin superior, corre el riesgo desde entonces de tomar un carácter «inarmónico» que constituye precisamente la desviación. Por otro lado, es también en este mismo dominio de los «misterios menores», y ahí únicamente, donde la contrainiciación es susceptible de oponerse a la iniciación verdadera y de entrar en lucha con ella; el dominio de los «misterios mayores», que se refiere a los estados suprahumanos y al orden puramente espiritual, está, por su naturaleza misma, más allá de una tal oposición, y, por consiguiente, enteramente cerrado a todo lo que no es la verdadera iniciación según la ortodoxia tradicional. De todo eso resulta que la posibilidad de extravío subsiste en tanto que el ser no está reintegrado todavía al «estado primordial», pero que cesa de existir desde que ha alcanzado el centro de la individualidad humana; y es por eso por lo que se puede decir que aquel que ha llegado a este punto, es decir, a la terminación de los «misterios menores», está ya virtualmente «liberado», aunque no pueda estarlo efectivamente más que cuando haya recorrido la vía de los «misterios mayores» y realizado finalmente la «Identidad Suprema».
Iniciación sacerdotal e iniciación real.
Aunque lo que acaba de ser dicho basta en suma para caracterizar bastante claramente la iniciación sacerdotal y la iniciación real, creemos que se trata de dos tipos doctrinales irreductibles.
En realidad, en el origen, y anteriormente a la división de las castas, las dos funciones sacerdotal y real no existían en el estado distinto y diferenciado; una y otra estaban contenidas en su principio común, que está más allá de las castas, y del que éstas no han salido más que en una fase ulterior del ciclo de la humanidad terrestre. Por lo demás, es evidente que, desde que se han distinguido las castas, toda organización social ha debido, bajo una forma o bajo otra, conllevarlas a todas igualmente, puesto que ellas representan diferentes funciones que deben coexistir necesariamente. La coexistencia de estas dos funciones implica normalmente su jerarquización, conforme a su naturaleza propia, y por consiguiente la de los individuos que las desempeñan.
Debemos repetir, los «misterios mayores», constituyen propiamente la “iniciación sacerdotal”, y los «misterios menores», constituyen propiamente la “iniciación real”. Dicho eso, toda tradición, para ser regular y completa, debe conllevar a la vez, en su aspecto esotérico, las dos iniciaciones, o más exactamente, las dos partes de la iniciación, es decir, los «misterios mayores» y los «misterios menores», donde, por lo demás, la segunda está esencialmente subordinada a la primera, como lo indican bastante claramente los términos mismos que los designan respectivamente.
Si hubiera una organización tradicional en occidente , debería conllevar normalmente, así como ocurre con las de oriente, a la vez la iniciación sacerdotal y la iniciación real, cualesquiera que fueran las formas particulares que pudieran tomar para adaptarse a las condiciones del medio, pero siempre con el reconocimiento de la superioridad de la primera sobre la segunda, y eso cualquiera que fuera por lo demás el número de los individuos que serían respectivamente aptos para recibir la una o la otra de estas dos iniciaciones.
Lo que puede hacer ilusión, es que en occidente, aunque ni la iniciación real ni la iniciación sacerdotal existen ya actualmente, se encuentran más fácilmente los vestigios de la primera que los de la segunda; eso se debe ante todo a los lazos que existen generalmente entre la iniciación real y las iniciaciones de oficio, y en razón de los cuales, pueden encontrarse tales vestigios en las organizaciones derivadas de estas iniciaciones de oficio y que subsisten todavía hoy día en el mundo occidental.
Rosa+Cruces y alquimia.
Desde el punto de vista de la Orden Real de Heredom de Kilwinning, los hermanos Rosa+Cruz son en toda propiedad seres llegados a la terminación efectiva de los «misterios menores». Los Rosacruces originales en su iniciación, la concibieron como una forma particular que se vinculaba al hermetismo cristiano. Sin embargo, debemos comprender que el hermetismo pertenece al dominio de lo que se designa como la «iniciación real».
Es necesario notar primeramente que esta palabra «hermetismo» indica que se trata de una tradición de origen egipcio, revestida después de una forma helenizada, sin duda en la época alejandrina, y transmitida bajo esta forma, en la edad media, a la vez al mundo islámico y al mundo cristiano, y, agregaremos, al segundo en gran parte por la intermediación del primero, como lo prueban los numerosos términos árabes o arabizados adoptados por los hermetistas europeos, comenzando por la palabra misma de «alquimia» (el-kimyâ).
En efecto, la doctrina que se designa así se atribuye por eso mismo a Hermes, en tanto que éste era considerado por los griegos como idéntico al Thoth egipcio; por lo demás, esto presenta a esta doctrina como esencialmente derivada de una enseñanza sacerdotal, ya que Thoth, en su papel de conservador y de transmisor de la tradición, no es otra cosa que la representación misma del antiguo sacerdocio egipcio, o más bien, para hablar más exactamente, del principio de inspiración «suprahumano» del que éste tenía su autoridad y en nombre del cual formulaba y comunicaba el conocimiento iniciático.
No debemos ver en eso la menor contradicción con el hecho de que esta doctrina pertenece propiamente al dominio de la iniciación real, ya que debe entenderse bien que, en toda tradición regular y completa, es el sacerdocio el que, en virtud de su función esencial de enseñanza, confiere igualmente las dos iniciaciones, directa o indirectamente, y quien asegura así la legitimidad efectiva de la iniciación real misma, al vincularla a su principio superior, de la misma manera que el poder temporal no puede sacar su legitimidad más que de una consagración recibida de la autoridad espiritual.
Otro punto sobre el que debemos insistir, es la naturaleza puramente «interior» de la verdadera alquimia, que es propiamente de orden psíquico cuando se la toma en su aplicación más inmediata, y de orden espiritual cuando se la transpone a su sentido superior; y, en realidad, eso es lo que constituye todo su valor desde el punto de vista iniciático.
Por consiguiente, esta alquimia no tiene nada que ver con las operaciones materiales de una «química» cualquiera. No obstante, es muy fácil ver en qué términos los antiguos hermetistas hablan de los «sopladores» y «quemadores de carbón», en los que es necesario reconocer a los verdaderos precursores de los químicos actuales, por poco halagador que sea para estos últimos; e, inclusive en el siglo XVIII todavía, un alquimista como Pernety no deja de subrayar en toda ocasión la diferencia entre la «filosofía hermética» y la «química vulgar».
3.- Aspectos velados de la iniciación.
El secreto iniciático.
El secreto iniciático desde el punto de vista tradicional, consiste exclusivamente en lo «inexpresable», lo cual, por consiguiente, se traduce también necesariamente como lo «incomunicable».
El secreto iniciático no puede ser traicionado nunca de ninguna manera, puesto que, en sí mismo y en cierto modo por definición, es inaccesible e inaprensible a los profanos y no podría ser penetrado por ellos, ya que su conocimiento no puede ser más que la consecuencia de la iniciación misma.
La enseñanza iniciática no puede hacer uso más que de ritos y de símbolos, que sugieren más bien que expresan, en el sentido ordinario de esta palabra. Hablando propiamente, lo que se transmite por la iniciación no es el secreto mismo, puesto que es incomunicable, sino la influencia espiritual que tiene a los ritos como vehículo, y que hace posible el trabajo interior por cuyo medio, tomando los símbolos como base y como soporte, cada uno alcanzará ese secreto y le penetrará más o menos completamente, más o menos profundamente, según la medida de sus propias posibilidades de comprensión y de realización.
Cualificaciones iniciáticas.
La condición primera y previa de la iniciación, es la que se designa como las «cualificaciones» iniciáticas.
Primeramente, debe entenderse bien que estas cualificaciones son exclusivamente del dominio de la individualidad; en efecto, si no hubiera que considerar más que la personalidad o el «Sí mismo», no habría ninguna diferencia que hacer a este respecto entre los seres, y todos estarían igualmente cualificados, pero la cuestión se presenta de modo muy diferente debido al hecho de que la individualidad debe ser tomada necesariamente como medio y como soporte de la realización iniciática; por consiguiente, es menester que posea las aptitudes requeridas para jugar este papel, y tal no es siempre el caso.
El ser que emprende el trabajo de realización iniciática debe partir forzosamente de un cierto estado de manifestación, aquel en el cual está situado actualmente, y que conlleva todo un conjunto de condiciones determinadas: por una parte, las condiciones que son inherentes a ese estado y que le definen de una manera general, y, por otra, aquellas que, en ese mismo estado, son particulares a cada individualidad y que la diferencian de todas las demás.
En lo que a nosotros concierne, estamos en condiciones de afirmar que ya no hay en el mundo occidental, organizaciones iniciáticas que pueden reivindicar una filiación tradicional auténtica más que el Compañerazgo y la Masonería , es decir, formas iniciáticas basadas esencialmente sobre el ejercicio de un oficio, en el origen al menos, y, por consiguiente, caracterizadas por métodos particulares, simbólicos y rituales, en relación directa con ese oficio mismo. Solamente, aquí hay que hacer una distinción: en el Compañerazgo, el lazo original con el oficio se ha mantenido siempre, mientras que, en la Masonería , ha desaparecido de hecho.
Ahora bien, para ir al punto que nos interesa tratar aquí, debemos señalar que si la iniciación masónica excluye concretamente a las mujeres, (no significa de ninguna manera que éstas no estén en condiciones para toda iniciación), y también a los hombres que están afectados de algunas enfermedades, eso no es simplemente porque, antiguamente, aquellos que eran admitidos en ella debían ser capaces de transportar fardos o de subir sobre los andamios, como algunos lo aseguran con una desconcertante ingenuidad; es porque, para aquellos que son así excluidos, la iniciación masónica como tal podría ser válida, aunque sus efectos serían nulos por falta de cualificación.
Ahora, todavía hay algo más: si se examina de cerca la lista de los defectos corporales que son considerados como impedimentos para la iniciación, se constatará que entre ellos hay algunos que no parecen muy graves exteriormente, y que, en todo caso, no son tales que puedan oponerse a que un hombre ejerza el oficio de constructor. Al hacer este examen, uno podrá darse cuenta de algunas cosas que, aunque algunos puedan no haber pensado: es que los impedimentos para la iniciación, en la Masonería , coinciden casi enteramente con los que, en la Iglesia católica, son los impedimentos para la ordenación.
Lo que es menester considerar, es que, en una organización religiosa del tipo del catolicismo, sólo el sacerdote cumple activamente los ritos, mientras que los laicos no participan de ellos más que de un modo «receptivo»; por el contrario, la “actividad” en el orden ritual constituye siempre, y sin ninguna excepción, un elementos esencial de todo método iniciático, de tal suerte que este método implica necesariamente la posibilidad de ejercer una tal actividad. Es pues, en definitiva, este cumplimiento activo de los ritos el que exige, además de la cualificación propiamente intelectual, algunas cualificaciones secundarias, que varían en parte según el carácter especial que revisten esos ritos en tal o en cual forma iniciática, entre las cuales la ausencia de algunos defectos corporales juega siempre un papel importante, ya sea en tanto que esos defectos obstaculizan directamente el cumplimiento de los ritos, ya sea en tanto que son el signo exterior de defectos correspondientes en los elementos sutiles del ser.
Algunos podrán extrañarse de que digamos que las enfermedades accidentales tienen también una correspondencia en la naturaleza misma del ser que es alcanzado por ellas; sin embargo, eso no es, en suma, más que una consecuencia directa de lo que son realmente las relaciones del ser con el ambiente en el que se manifiesta: todas las relaciones entre los seres manifestados en un mismo mundo, o, lo que equivale a lo mismo, todas sus acciones y reacciones recíprocas, no pueden ser reales más que si son la expresión de algo que pertenece a la naturaleza de cada uno de esos seres.
Pero, hablando rigurosamente, nada es indiferente o está desprovisto de significación, porque, en el fondo, un ser no puede recibir desde afuera más que simples «ocasiones» para la realización, en modo manifestado, de las virtualidades que lleva primero en sí mismo.
Un caso típico de ese género es el de la tartamudez. En realidad, basta reflexionar un poco para darse cuenta de que, primeramente, hay el hecho de que la «técnica» ritual implica casi siempre la pronunciación de algunas fórmulas verbales, pronunciación que debe ser naturalmente completamente correcta para ser válida, lo que la tartamudez no permite a aquellos seres que están afligidos por ella. Por otra parte, hay en una semejante enfermedad el signo manifiesto de una cierta «arritmia» del ser, y, por lo demás, las dos cosas están aquí estrechamente ligadas, ya que el empleo mismo de las fórmulas a las que acabamos de hacer alusión no es propiamente más que una de las aplicaciones de la «ciencia del ritmo» al método iniciático, de suerte que la incapacidad para pronunciarlas correctamente depende en definitiva de la «arritmia» interna del ser. Esta «arritmia» no es más que un caso particular de desarmonía o de desequilibrio en la constitución del individuo; y se puede decir, de una manera general, de todas las anomalías corporales que son marcas de un desequilibrio más o menos acentuado, que, si no son forzosamente siempre impedimentos absolutos, son al menos indicios desfavorables en un candidato a la iniciación.
Otros ejemplos son las asimetrías notables del rostro o de los miembros; pero; bien entendido, si no se trata más que de asimetrías muy leves, no podrían considerarse siquiera verdaderamente como una anomalía, ya que, de hecho, no hay ninguna persona que presente en todo punto una simetría corporal exacta. Por lo demás, esto puede interpretarse como significando que, al menos en el estado actual de la humanidad, ningún individuo está perfectamente equilibrado bajo todos los aspectos; y, efectivamente, puesto que la realización del perfecto equilibrio de la individualidad implica la completa neutralización de todas las tendencias opuestas que actúan en ella, y, por consiguiente, la fijación en su centro mismo, único punto donde estas oposiciones dejan de manifestarse, equivale por eso mismo, pura y simplemente, a la restauración del «estado primordial». Así pues, se ve que es menester no exagerar nada, y que, si hay individuos que están cualificados para la iniciación, lo están a pesar de un cierto estado de desequilibrio relativo que es inevitable, pero que precisamente la iniciación podrá y deberá atenuar si produce un resultado efectivo, e incluso hacer desaparecer si llega a ser llevada hasta el grado que corresponde a la perfección de las posibilidades individuales, es decir, hasta el término de los «misterios menores»
Uno de los casos más generales, en este orden, será concretamente aquel de los defectos que, como algunas desviaciones de la columna vertebral, perjudican la circulación normal de las corrientes sutiles del organismo; apenas hay necesidad de recordar, en efecto, el papel importante que juegan estas corrientes en la mayor parte de los procesos de realización, a partir de su comienzo mismo, y en tanto que las posibilidades individuales no han sido rebasadas. Conviene agregar, para evitar toda equivocación a este respecto, que si la puesta en acción de estas corrientes se lleva a cabo conscientemente en algunos métodos, hay otros donde la cosa no es así, pero donde, no obstante, una tal acción no existe menos efectivamente por eso y no es menos importante en realidad; el examen profundo de algunas particularidades rituales, de algunos «signos de reconocimiento» por ejemplo (que son al mismo tiempo otra cosa cuando se los comprende verdaderamente), podría proporcionar sobre esto indicaciones muy claras, aunque ciertamente inesperadas para quien no está habituado a considerar las cosas desde este punto de vista que es propiamente el de la «técnica» iniciática.
Las pruebas iniciáticas.
Adentrándonos en nuestro estudio tenemos que llamar la atención sobre un aspecto que muchas veces olvidan, esto dice relación con las pruebas iniciáticas; para más precisión, diremos que las pruebas son ritos preliminares o preparatorios a la iniciación propiamente dicha; constituyen su preámbulo necesario, de tal suerte que la iniciación misma es como su conclusión inmediata. Hay que destacar que revisten frecuentemente la forma de «viajes» simbólicos, que se presentan como una «búsqueda» (o mejor una «gesta», como se decía en la lengua de la edad media) que conduce al ser de las «tinieblas» del mundo profano a la «luz» iniciática; pero todavía esta forma, que se comprende así por sí misma, no es en cierto modo más que accesoria, por muy apropiada que sea a aquello de lo que se trata. En el fondo, las pruebas son esencialmente ritos de purificación; y es eso lo que da la explicación verdadera de esta palabra «pruebas», que tiene aquí un sentido claramente «alquímico», y no el sentido vulgar que ha dado lugar a los errores. Ahora bien, lo que importa para conocer el principio fundamental del rito, es considerar que la purificación se opera por los «elementos», en el sentido cosmológico de este término.
Se puede comprender ahora por qué, cuando las pruebas revisten la forma de «viajes» sucesivos, éstos se ponen respectivamente en relación con los diferentes elementos; y solo nos queda indicar en qué sentido debe entenderse, desde el punto de vista iniciático, el término mismo de «purificación». Se trata de conducir al ser a un estado de simplicidad indiferenciada, comparable, al de la materia prima, a fin de que sea apto para recibir la vibración del Fiat Lux iniciático; es menester que la influencia espiritual cuya transmisión le va a dar esta «iluminación» primera no encuentre en él ningún obstáculo debido a «preformaciones» inarmónicas provenientes del mundo profano; y por eso debe ser reducido primeramente a este estado de materia prima, lo que, si se quiere reflexionar en ello un instante, muestra bastante claramente que el proceso iniciático y la «Gran Obra» hermética no son en realidad más que una sola y misma cosa: la conquista de la Luz divina que es la única esencia de toda espiritualidad.
Muerte iniciática.
Otra cuestión que nos parece muy poco comprendida, como la de las pruebas, por la mayor parte de nuestras hermanas ordenes, es la de lo que se llama la «muerte iniciática»; hemos encontrado frecuentemente a este propósito, una expresión como la de «muerte ficticia», que da testimonio de la más completa incomprensión de las realidades de este orden. Aquellos que se expresan así no ven evidentemente más que la exterioridad del rito, y no tienen ninguna idea de los efectos que debe producir sobre aquellos que están cualificados verdaderamente; de otro modo, se darían cuenta de que esta «muerte», muy lejos de ser «ficticia», es al contrario, en un sentido, más real incluso que la muerte entendida en el sentido ordinario de la palabra, ya que es evidente que el profano que muere no deviene iniciado sólo por eso, y que la distinción del orden profano y del orden iniciático es, a decir verdad, la única que rebasa las contingencias inherentes a los estados particulares del ser y la única que tiene, por consiguiente, un valor profundo y permanente desde el punto de vista universal. Nos contentaremos con recordar, a este respecto, que todas las tradiciones insisten sobre la diferencia esencial que existe en los estados póstumos del ser humano según se trate del profano o del iniciado; si las consecuencias de la muerte, tomada en su acepción habitual, están condicionadas así por esta distinción, es pues porque el cambio que da acceso al orden iniciático corresponde a un grado superior de realidad.
Segundo nacimiento.
La iniciación se describe generalmente como un «segundo nacimiento», lo que en efecto así es; pero este «segundo nacimiento» implica necesariamente la muerte al mundo profano. Son las dos caras de un mismo cambio de estado. En cuanto al simbolismo del rito, se basará naturalmente en la analogía que existe entre todos los cambios de estado; en razón de esta analogía, la muerte y el nacimiento en el sentido ordinario simbolizan, ellos mismos, la muerte y el nacimiento iniciáticos, puesto que las imágenes que se toman de ellos son transpuestas por el rito a otro orden de realidad. Hay lugar a destacar concretamente, sobre este punto, que todo cambio de estado debe considerarse como llevándose a cabo en las tinieblas, lo que da la explicación del simbolismo del color negro en relación con aquello de lo que se trata: el candidato a la iniciación debe pasar por la oscuridad antes de acceder a la «verdadera luz». Es en esta fase de oscuridad donde se efectúa lo que se designa como el «descenso a los Infiernos». Se podría decir que es como una suerte de «recapitulación» de los estados anteriores, por la que las posibilidades que se refieren al estado profano serán definitivamente agotadas, a fin de que el ser pueda desarrollar desde entonces libremente las posibilidades de orden superior que lleva en él, y cuya realización pertenece propiamente al dominio iniciático.
El «segundo nacimiento», entendido como correspondiente a la iniciación primera, es propiamente, lo que se puede llamar una regeneración psíquica; y es en efecto en el orden psíquico, es decir, en el orden donde se sitúan las modalidades sutiles del estado humano, donde deben efectuarse las primeras fases del desarrollo iniciático; pero éstas no constituyen una meta en sí mismas, y no son todavía más que preparatorias en relación a la realización de posibilidades de un orden más elevado, queremos decir, del orden espiritual en el verdadero sentido de esta palabra. Por consiguiente, el punto del proceso iniciático al que acabamos de hacer alusión es el que marcará el paso del orden psíquico al orden espiritual; y este paso podría ser considerado más especialmente como constituyendo una «segunda muerte» y un «tercer nacimiento» (Maestro de Logia). Conviene agregar que este «tercer nacimiento» será representado más bien como una «resurrección» que como un nacimiento ordinario, porque aquí ya no se trata de un comienzo en el mismo sentido que la iniciación primera; las posibilidades ya desarrolladas, y adquiridas de una vez por todas, deberán volver a encontrarse después de este paso, pero «transformadas», de una manera análoga a aquella en la que el «cuerpo glorioso» o «cuerpo de resurrección» representa la «transformación» de las posibilidades humanas, más allá de las condiciones limitativas que definen el modo de existencia de la individualidad como tal.
Segunda muerte.
La «segunda muerte», no es otra cosa que la «muerte psíquica»; se puede considerar este hecho como susceptible de producirse, a más o menos largo plazo después de la muerte corporal, para el hombre ordinario, fuera de todo proceso iniciático; pero entonces esta «segunda muerte» no dará acceso al dominio espiritual, y el ser, al salir del estado humano, pasará simplemente a otro estado individual de manifestación. En eso hay una eventualidad temible para el profano, para quien son todo ventajas mantenerse en lo que llamamos los «prolongamientos» del estado humano, lo que, por lo demás, es en todas las tradiciones, la principal razón de ser de los ritos funerarios. Pero es muy diferente para el iniciado, puesto que éste no realiza las posibilidades mismas del estado humano sino para llegar a rebasarlas, y puesto que debe salir necesariamente de este estado, sin tener necesidad de esperar para eso a la disolución de la apariencia corporal, para pasar a los estados superiores.
Los nombres iniciáticos.
Otro de los temas que resulta absolutamente desconocido para algunas órdenes modernas es aquel relacionado con los “nombres iniciáticos”. Hemos hablado de los diversos géneros de secretos de orden más o menos exterior que pueden existir en algunas organizaciones, iniciáticas o no, hemos mencionado entre otros el secreto que recae sobre los nombres de sus miembros; y, a primera vista, puede parecer que éste sea de los que hay que colocar entre las simples medidas de precaución destinadas a defenderse contra los peligros que pueden provenir de enemigos cualesquiera, sin que haya lugar a buscar en eso una razón más profunda. De hecho, la cosa es ciertamente así en muchos de los casos, y al menos en aquellos donde se trata de organizaciones secretas puramente profanas; pero, no obstante, cuando se trata de organizaciones iniciáticas, puede que haya en eso otra cosa, y que este secreto, como todo lo demás, revista un carácter verdaderamente simbólico.
Antes de entrar en explicaciones más amplias sobre esta cuestión, diremos que algo análogo se encuentra, guardadas todas las proporciones, en todos los grados de la escala iniciática, incluso en los más elementales, de suerte que, si una organización iniciática es realmente lo que debe ser, la designación de uno cualquiera de sus miembros por un nombre profano, incluso si es exacta «materialmente», estará siempre tocada de falsedad, casi como lo estaría la confusión entre un actor y un personaje cuyo papel representa, y al que alguien se obstinara en aplicarle su nombre en todas las circunstancias de su existencia.
Ya hemos insistido sobre el concepto de la iniciación como un «segundo nacimiento»; es precisamente por una consecuencia lógica inmediata de esta concepción por lo que, en numerosas organizaciones, el iniciado recibe un nombre nuevo, diferente de su nombre profano; y no hay en eso una simple formalidad, ya que este nombre debe corresponder a una modalidad igualmente diferente de su ser, esa cuya realización se hace posible por la acción de la influencia espiritual transmitida por la iniciación; por lo demás, se puede destacar que, incluso desde el punto de vista exotérico, la misma práctica existe, con una razón análoga, en algunas ordenes religiosas. Por consiguiente, tendremos para el mismo ser dos modalidades distintas, una que se manifiesta en el mundo profano, y la otra en el interior de la organización iniciática; y, normalmente, cada una de ellas debe tener su propio nombre, dado que el de una no conviene a la otra, puesto que se sitúan en dos órdenes realmente diferentes. Se puede llegar más lejos: a todo grado de iniciación efectiva corresponde también otra modalidad diferente del ser; así pues, éste debería recibir un nombre nuevo para cada uno de estos grados, e, incluso si este nombre no se le da de hecho, por eso no existe menos, se puede decir, como expresión característica de esta modalidad, ya que un nombre no es otra cosa que eso en realidad.
De estas consideraciones resulta que un nombre iniciático no tiene que ser conocido en el mundo profano, puesto que representa una modalidad del ser que no podría manifestarse en éste, de suerte que su conocimiento caería en cierto modo en el vacío, al no encontrar nada a lo que pueda aplicarse realmente. Inversamente, el nombre profano representa una modalidad de la que el ser debe despojarse cuando entra en el dominio iniciático, y que, para él, ya no es entonces más que un simple papel que representa en el exterior.
Ahora bien, todo lo que hemos dicho hasta aquí de esta multiplicidad de nombres, que representan otras tantas modalidades del ser, se refiere únicamente a extensiones de la individualidad humana, comprendidas en su realización integral, es decir, iniciáticamente, al dominio de los «misterios menores». Cuando el ser pasa a los «misterios mayores», es decir, a la realización de los estados supraindividuales, pasa por eso mismo más allá del nombre y de la forma, puesto que, como lo enseña la doctrina hindú, éstos (nâma-rûpa) son las expresiones respectivas de la esencia y de la substancia de la individualidad. Por consiguiente, un tal ser, verdaderamente, ya no tiene nombre, puesto que el nombre es una limitación de la que en adelante está liberado; si hay lugar a ello, podrá tomar cualquier nombre para manifestarse en el dominio individual, pero ese nombre no le afectará de ninguna manera y le será tan «accidental» como una simple vestidura que se puede quitar o cambiar a voluntad.
De esta forma hemos creído aclarar o dar mas luz a algunos conceptos sobre los que es necesario permanentemente revisar a riesgo que si no lo hacemos, relajamos hasta situaciones que pueden ser peligrosas tanto para nuestras convicciones como para nuestras instituciones.
Por cierto, algunos pensamientos guenonianos sobre las “Consideraciones sobre la iniciación”, “Sobre la Regularidad Iniciática ”, y sobre los “Aspectos velados de la iniciación” son temas permanentes a considerar.
Gracias Q:.H:. por la luz! Haz respondido a varias interrogantes que me planteaba desde hace un tiempo.
ResponderEliminarun T:.A:.F:.,
M:.M:. M. W.
Log:.Fenix 2 - G:.L:.Soberana del Paraguay, Orden Real de Heredom de Killwinning.