EL JACOBISMO
El
"Jacobismo" fue el movimiento político dedicado a la restauración de
los reyes de la dinastía Stuart (o Stewart, o
Estuardo en castellano) en los tronos de Inglaterra y de Escocia (ambas
coronas reunidas en el denominado Reino-Unido de Gran-Bretaña, en 1707).
El
movimiento tomó su nombre del latín Jacobus , del nombre del
rey Jacobo II de Inglaterra y VII de Escocia, y fue la respuesta a la
deposición de este mismo monarca durante la "Glorious Revolution" (la
Revolución Gloriosa) de 1688, y que supuso su sustitución en el trono por su
hija mayor María II (de Fe anglicana), conjuntamente con su esposo el Príncipe
Guillermo III de Orange, estatuder de Holanda, ambos protestantes.
Exiliados,
los últimos Stuarts vivieron en el continente Europeo (en Francia y en Italia)
y, ocasionalmente, obtuvieron el respaldo moral, político y militar de Francia,
Roma y España para recuperar su trono.
El
origen del movimiento tuvo lugar en las Islas Británicas, sobretodo en Irlanda
y en Escocia, especialmente en las Highlands (tierras altas de Escocia), y con
alguno que otro apoyo de ingleses y galeses, particularmente en Cumbria (Norte
de Inglaterra). Los monárquicos o realistas apoyaban entonces el movimiento
Jacobita porque creían que el Parlamento no tenía autoridad para interferir en
la sucesión real, y muchos católicos británicos fueron partícipes de ese
movimiento para restaurar también la predominancia de su Fe en un reino
generalmente anglicano o presbiteriano que negaba cualquier sumisión a la
autoridad del papa de Roma desde el siglo XVI (con Enrique VIII de Inglaterra);
en cuanto al pueblo, se vió envuelto en diversas campañas militares por
diferentes motivos. En Escocia, el Jacobitismo tuvo una buena acogida entre los
clanes de las Highlands.
El
emblema de los Jacobitas fue la "Rosa Blanca de York", que tiene su
fecha de celebración el 10 de junio, aniversario del nacimiento en 1688
de Jacobo Francisco Eduardo Stuart "el Viejo
Pretendiente" (1688-1766), Príncipe de Gales y Duque de Albany
(hijo del destronado rey Jacobo II), que fue privado de sus derechos al trono
británico por el Parlamento de Londres.
Trasfondo Político
En la segunda mitad del siglo XVII, las Islas
Británicas pasaban por una época de inestabilidad política y religiosa. La
protestante Commonwealth republicana de Cromwell terminó con la restauración
del rey Carlos II Stuart, quien quiso imponer la Iglesia
Anglicana Episcopaliana en Escocia provocando rebeliones (Covenanters y
Cameronians), duramente reprimidas cuando hubo un serio conato de contraataque
por parte de los Presbiterianos.
Jacobo II Stuart (1633-1701), Duque de York y luego Rey de Inglaterra,
de Escocia e Irlanda desde 1685 a 1688.
Muerto
en 1685, Carlos II fue sucedido por su hermano el hasta entonces Duque de York,
que para colmo de males era abiertamente católico: Jacobo II de
Inglaterra y VII de Escocia, y que era, en cierto modo, una prolongación de
ese desdén familiar por la democracia, provocando la férrea oposición del Parlamento
a que ciñera la corona (ya en vida de su hermano Carlos II). Su lema describía
perfectamente sus ideas: "A Deo Rex, A Rege Lex" (el
Rey procede de Dios, la Ley procede del Rey).
Richard Talbot, 1er Conde de Tyrconnell (1630-1691) y Virrey de Irlanda.
En
Irlanda, el nuevo rey nombró al primer virrey católico desde los tiempos de la
Reforma, Richard Talbot, 1er Conde de Tyrconnell, y
procuró reducir el ascendente protestante en el seno de la administración y la
vida parlamentaria irlandesa, además de hacerse con los puntos claves con
destacamentos militares leales a la causa absolutista por toda la geografía
insular.
Retrato de María II Stuart (1662-1694), Princesa de Orange y luego Reina
de Inglaterra, de Escocia e Irlanda a partir de 1689, como sucesora de su padre
Jacobo II.
En
Inglaterra y en Escocia, Jacobo II intentó imponer la tolerancia religiosa,
mediante la colaboración de la minoría católica pero provocando a la mayoría
protestante. Su yerno, el Príncipe Guillermo III de Orange, que
andaba forjando alianzas contra Francia, atrajo entorno a su persona a los
miembros del partido Whigh, que le eran afines y que respaldaban el proyecto de
entregar la corona británica a la princesa María (hija mayor de Jacobo II), que
representaba la línea Stuart anglicana. La oposición parlamentaria llegó a su
punto álgido cuando Jacobo II, viudo de su anterior matrimonio y nuevamente
casado con una princesa italiana y católica (Mª Beatriz de Este-Módena), tuvo a
su primer hijo varón en junio de 1688, inmediatamente reconocido como Príncipe
de Gales. Fue entonces cuando los enemigos del rey ofrecieron sin más dilación,
a Guillermo III de Orange y a María, la oportunidad de deponer a Jacobo II. El
desembarco del Príncipe de Orange se produjo en noviembre y, ante semejante
noticia, alarmado y viéndose abandonado por todos, el rey Jacobo II huyó de
Londres para refugiarse en Francia con su pequeña familia, escoltado por
el Duque de Lauzun (enviado del rey Luis XIV a Londres). En
febrero de 1689, la Gloriosa Revolución cambió formalmente el monarca
británico, pero algunos católicos, episcopalianos y tories, marcadamente
realistas, convencieron al Parlamento de que no tenía el derecho de definir la
sucesión de la Corona Británica, y seguían apoyando abiertamente al rey Jacobo
II.
Escultura policromada representando a Guillermo III de Nassau, Príncipe
de Orange y Estatúder de Holanda (1650-1702), proclamado Rey de Inglaterra, de
Escocia e Irlanda junto con su esposa la reina María II,
tras triunfar la Gloriosa Revolución que derrocó a su suegro.
Escocia
aceptó con cierta lentitud y precaución a Guillermo III de Orange, quien
convocó una Convención de los Estados el 14 de marzo de 1689 en Edimburgo,
considerando conciliadora la carta tranquilizadora del esposo de María
II. Las fuerzas Cameronianas, junto con el Clan Campbell de
las Highlands, liderados por el Conde de Argyll, se erigieron en el
más firme apoyo en Escocia de Guillermo III. Por otro lado, la caballería
escocesa, liderada por John Graham of Claverhouse, Vizconde Dundee,
que inicialmente seguía siendo leal a Jacobo II, acabó por pasar al bando de
Guillermo III ante la evidencia de quién era el hombre fuerte del momento. La
convención llegó finalmente a la determinación de reconocer a Guillermo III de Orange
y a María II Stuart, proclamándoles nuevos soberanos en Edimburgo (11 de abril
de 1689), celebrándose su doble coronación en Londres en el mes de mayo
siguiente.
Religión, Políticos y Aventureros
Retrato de Sir Mungo Murray (1668-1700), caballero escocés del Clan
Murray
enfundado en su típico atuendo, según J.M. Wright.
En
consecuencia, el movimiento Jacobita se vió limitado al entorno de los
católicos romanos, mayormente representados en Irlanda, mientras que los católicos
británicos permanecían siendo una minoría. Los católicos formaban entonces el
75 % de la población irlandesa, cuando en Inglaterra rondaban el 1 % y en
Escocia tan solo el 2 %. Por ello no es de extrañar que el apoyo irlandés a
Jacobo II fuera mayoritariamente católico cuando éste se refugió en Francia y
el país galo se enfrentaba a la Liga de Augsburgo. La guerra en Irlanda fue
predominantemente católica-nacionalista hasta su derrota en 1691, punto de
inflexión que trasladó el apoyo Jacobita (las Brigadas Irlandesas) a Francia y
se hiciera presente en las filas del Ejército Francés. En Inglaterra, los
católicos procedían sobretodo de la "gentry" (pequeña nobleza e
hidalguía de provincias), y formaron una especie de comité de apoyo ideológico
durante dos centurias, siendo una minoría habitualmente perseguida por el
Estado y que se unió con entusiasmo a los ejércitos Jacobitas, además de
contribuir económicamente al mantenimiento financiero de la corte de los
Stuarts en el exilio (entonces instalada en Saint-Germain-en-Laye, Francia).
Algunos escoceses de las Highlands, como los MacDonalds de Clanranald,
permanecieron en el seno del catolicismo, pero forman parte de esa escasa lista
de excepciones.
Hay
que sumar a esa corriente contraria a la soberanía de Guillermo III y de María
II, el firme apoyo de los Anglicanos británicos que se negaron a jurar a los
nuevos monarcas, y que procedían en gran parte de ese clero de la Iglesia de
Inglaterra que rechazaba, en principio, reconocer a los reyes mientras siguiera
vivo Jacobo II, desarrollando además un cisma episcopaliano en la Iglesia
mediante pequeñas congregaciones localizadas en las ciudades inglesas.
John Campbell, 2º Duque de Argyll (1678-1743), retratado por William
Aikman.
Por
otro lado habría que citar a los episcopalianos escoceses que proporcionaron
más de la mitad de las fuerzas Jacobitas, y que procedían de las tierras bajas
(Lowlands). Aunque protestantes, fueron igualmente discriminados en el ámbito
político de Escocia y reducidos a ser una minoría apartada de la recién
establecida y favorecida Iglesia de Escocia. Otros episcopalianos prefirieron
adoptar el papel de la pasividad ante la ola de Jacobitismo y acomodarse del
nuevo régimen establecido por la Gloriosa Revolución. Otro sector de los
episcopalianos que respaldaban el movimiento Jacobita, y procedente de las
Lowlands, fueron igualmente ignorados por su marcada tendencia a llevar el
traje típico de las Highlands, considerado como uniforme Jacobita y como una
clara muestra de simpatía hacia los Stuarts exiliados. El conflicto entre los
clanes de las Highlands fue tanto en el plano político como religioso, y se
convirtió en un factor determinante de la resistencia popular ante las
ambiciones del poderoso Clan Campbell de Argyll, de confesión
presbiteriana.
Retrato de
Lord George Keith, 10º Conde Mariscal de Escocia (1693-1778), y de su hermano
el Honorable James Keith (1696-1757) -abajo-, que lucharon en el bando Jacobita
y, vencidos, tuvieron que exiliarse, poniéndose al servicio de Prusia donde se
labraron brillantes carreras. El primero, aunque mariscal, fue diplomático en
diversas cortes europeas incluyendo la de Londres, y el segundo acabó como
mariscal prusiano e íntimo del rey Federico II.
Otra
fuente de apoyo al movimiento Jacobita procede sin duda de ese segmento social
políticamente desatendido. Algunos relevantes Whighs, entre ellos el Conde
de Mar, reaccionó contra las directrices políticas procedentes de Londres
uniéndose a los Jacobitas. Otros escoceses patriotas como Lord George
Keith, 10º Conde Mariscal (1693-1778) y Lord
Sinclair, se unieron y apoyaron a los Jacobitas después de 1707, en la
esperanza de liberar Escocia del yugo británico. En cuanto a los Tories, éstos
se mostraron como los mejores defensores del movimiento Jacobita en el
escenario político londinense, aunque algunos de ellos se mostraran reacios a
convertirse en los defensores de un rey católico. Ya en la época de 1715-1722,
cuando la dinastía Hanoveriana pareció desmantelar el predominio Anglicano y,
en 1743-1745 los Whighs vencieron en el Parlamento a los Tories entonces en el
poder, éstos se volvieron hacia los Jacobitas, aunque jamás emprendieron
acciones serias. A partir de ese momento, ningún Tory volvió a respaldarles ni
a defenderles seriamente, más cuando éstos obtenían alguna que otra
intervención extranjera que se inmiscuía en los asuntos británicos.
En
cuanto a otros Jacobitas reclutados, se pueden tachar de personajes
aventureros, mayormente compuestos por gente desesperada y movidos por
problemas financieros que pretendían solucionar. Así podríamos citar a varios
personajes sin empleo que intentaban excitar a esa pequeña nobleza empobrecida,
como William Boyd, 4º Conde de Kilmarnock, que serviría
al Príncipe Carlos como coronel y se convertiría en general tras la batalla de
Falkirk, contribuyendo de manera significativa en las exitosas campañas
militares de los Jacobitas. En otros casos, se trataba tan solo de mercenarios
que se convertían en espías e informadores por cuenta ajena.
Ideología y Política Jacobita
Desde
los senderos de la religiosidad, la ideología Jacobita pasó a ser una forma de
pensar entre las familias de la nobleza, de la hidalguía y burguesía
provinciana que tenían en sus casas retratos de la exiliada familia real, de
caballeros y de mártires de la causa Jacobita, hasta llegar a fomentar
cenáculos de franco-masones. Aún hoy día, algunos clanes de las Highlands y
regimientos suelen proceder a una curiosa ceremonia cuando, en el momento del
brindis, pasan sus copas por encima de un vaso de agua y lo dedican "al
rey que está más allá de las aguas" (es el brindis de los leales
a los Estuardo). Se desarrollaron incluso comunidades en otras áreas, dónde
confraternizaban en establecimientos, locales o posadas Jacobitas, cantando
canciones sediciosas, recolectando fondos para la causa y, en ocasiones,
reclutando a nuevos miembros. El Gobierno intentó cerrar esos centros de
reuniones subversivas, pero cuando un local era cerrado otro se abría casi de
inmediato en otro lugar. En ellos, los simpatizantes de la causa vendían copas
talladas y grabadas, broches y otros objetos decorados con símbolos Jacobitas,
además de revestir los tan populares tartanes que fueron tan perseguidos por
los primeros reyes de la Casa de Hannover, hasta el punto de hacerlos
desaparecer. La actividad "criminal" del contrabando fue, además,
asociada al Jacobitismo en toda Gran-Bretaña, porque algunos contrabandos
beneficiaban a los Jacobitas exiliados en Francia.
Retrato oval del Rey Jacobo II de Inglaterra y VII de Escocia
(1633-1701).
La
política oficial de la corte en el exilio reflejó inicialmente la
intransigencia del rey Jacobo II. Contando con el poderoso apoyo de Francia
para defender su causa, éste se negó a reconciliarse con sus súbditos
protestantes, hasta que en 1703 fue presionado por el propio Luis XIV para que
intentara aplanar las diferencias, en la esperanza de obtener el alejamiento de
Gran-Bretaña de la Gran Alianza, prometiendo esencialmente mantener el status
quo. La política cambió prontamente de dirección con la promesa Jacobita de
restaurar la independencia de Escocia, explotando así el ultraje que supuso
para el orgullo escocés verse forzados a suscribir el Acta de Unión de 1707
(que unía Escocia a Inglaterra, y suprimía su parlamento de Edimburgo en favor
del de Londres), acrecentando las filas Jacobitas por esos motivos, con gente
directamente alienada y desposeída de sus bienes o libertades.
La Guerra Jacobita en Irlanda
Jacobo II y VII, y su virrey irlandés Richard
Talbot, 1er Conde de Tyrconnell, se aseguraron de que Irlanda fuese un bastión
de la causa católica, acción que culminaría con el asedio de Derry el 7 de
diciembre de 1688. Sin embargo, cuando Jacobo II fue depuesto y tomó la
decisión de refugiarse en las costas francesas, obtuvo el inmediato apoyo de su
primo el rey Luis XIV, regresando a Irlanda con las fuerzas renovadas y
dispuesto a enfrentarse a su yerno Guillermo III de Orange el 12 de marzo de
1689. Tomó Dublin y acudió al asedio de Londonderry, consiguiendo reavivar el
apoyo irlandés a la causa católica-nacionalista que se tradujo en una oposición
frontal irlandesa a los intentos del Parlamento de Londres de imponer sus
leyes. Pero después de agosto de 1689, el ejército británico reanudó su
ofensiva contra Londonderry, echando a las fuerzas Jacobitas del Ulster. En
julio del año siguiente, el ejército de Guillermo III (36.000 hombres) triunfó
definitivamente en la batalla del Boyne -1 de Julio de 1690-, provocando
la desbandada de las fuerzas Jacobitas (25.000 soldados) y el regreso del rey
Jacobo II a Francia, rodeado de lo que quedaba de su ejército (posteriormente
conocido como "Brigada Irlandesa" e integrado en los ejércitos del
rey de Francia).
Retrato ecuestre del Príncipe Guillermo III de Orange (1650-1702), según
Jan Wyck, c.1688.
Bonnie Dundee
El
16 de abril de 1689, un mes poco después de que se celebrase la Convención de
Edimburgo, y cinco días después de que proclamase como nuevos soberanos a
Guillermo III y María II, el Vizconde Dundee, apodado "Bonnie Dundee"
por sus partidarios, levantó ostentosamente el estandarte del rey Jacobo II
sobre sus tierras y al frente de 50 hombres. Inicialmente tuvo dificultades
para reclutar más hombres y conseguir apoyos, pero después contó con una tropa
de 200 irlandeses en Kintyre, y el apoyo de los clanes de las Highlands
católicos y episcopalianos que se unieron a la causa.
Retrato en miniatura de John Graham of Claverhouse, Vizconde Dundee
(1648-1689), apodado "Bonnie Dundee".
Sin
embargo, la victoria Jacobita de los Highlanders en la batalla de Killiecrankie
(27 de julio de 1689), se vió mermada por la muerte de "Bonnie
Dundee" (que cayó bajo las balas) y la pérdida de 2.000 hombres. Una serie
de expediciones militares del Gobierno supuso la derrota y el fin de los
Jacobitas en mayo de 1690, agravada con las noticias que llegaron de la derrota
de Jacobo II en el Boyne. Un año más tarde, los Jacobitas se vieron obligados a
solicitar a los jefes de los clanes que pidieran permiso a Jacobo II para
someterse a Guillermo III, y en enero de 1692, los clanes Jacobitas rindieron
formalmente las armas ante el Gobierno de Londres. Obviamente, el rey Guillermo
III estaba más interesado en llevar a cabo de forma exitosa su guerra contra
Francia, como miembro firmante de la Gran Alianza (Liga de Augsburgo), por lo que
no prestó gran atención al asunto escocés, intentando sobornar o coaccionar a
los jefes de los clanes para que dejasen las armas y juraran lealtad. La
lentitud con que respondió uno de los jefes del Clan MacDonald desembocó en la
Masacre de Glencoe, el 13 de febrero de 1692.
Intento de Invasión del "Viejo
Pretendiente"
En
1701, Jacobo II y VII falleció, siendo sucedido naturalmente por su hijo el
Príncipe Jacobo Francisco Eduardo Stuart (James Francis Edward),
reconocido como el rey Jacobo III de Inglaterra y VIII de Escocia por las
cortes de Francia, España, Módena y Roma. Para sus detractores u opositores era
sencillamente el "Viejo Pretendiente".
Retrato del Príncipe Jacobo Francisco Eduardo Stuart (1688-1766),
Príncipe de Gales, Duque de Cornualles y de Rothesay, Conde de Carrick y Lord
de Las Islas, Duque de Albany y Conde de Chester... alias Jacobo III de
Inglaterra y VIII de Escocia para sus partidarios, y tan solo "el Viejo
Pretendiente" para sus enemigos.
/ Obra de Alexis Simon Belle.
Tras
una breve paz, la Guerra de Sucesión Española hizo que Francia reanudase su
apoyo a la causa Jacobita y, en 1708, el príncipe Jacobo, rodeado de tropas
francesas, intentó desembarcar en Gran-Bretaña para llevar a cabo una invasión.
Sin embargo, la Marina Real Inglesa consiguió hacer retroceder a la flota
francesa y el pretendiente tuvo que batir retirada en el Norte de Escocia para
retomar el camino a Francia.
La Unión y los Hannovers
En
marzo de 1702, el rey Guillermo III fallecía a causa de una caída de caballo
(reinaba en solitario desde 1694, fecha en que la reina María II había muerto),
por lo que la sucesión al trono recaía en su cuñada la Princesa Ana Stuart,
Duquesa de Cumberland, pasando a ser la reina Ana I. La economía de Escocia
había tocado fondo y estaba en sus horas más bajas, juntándose el hecho de que
el Parlamento británico usaba y abusaba de sanciones económicas para forzar al
Parlamento escocés a que se aviniera a negociar una unión. Uno de los
personajes clave en esas impopulares negociaciones fue John Erskine, 11º Conde
de Mar, quien después de dar su apoyo a la rebelión escocesa pasó a ser un
firmante del Acta de Unión de 1707, y encargado de llevar a cabo los asuntos
escoceses en el nuevo Parlamento británico. En 1713, fue formalmente nombrado
secretario de Estado para Escocia por la reina.
Retrato de Ana I Stuart (1665-1714), Duquesa de Cumberland y Princesa
Consorte de Dinamarca, luego Reina de Inglaterra, de Escocia e Irlanda entre
1702 y 1714, al suceder a su cuñado Guillermo III en el trono. Fue la última
soberana Estuardo en reinar sobre los británicos pero la primera en ser Reina
de Gran-Bretaña e Irlanda.
Mientras
aumentaba el descontento de los Jacobitas, también aumentaban las esperanzas
del pretendiente Jacobo Francisco Eduardo Stuart, que pensaba que cada vez
estaba más cerca de recuperar la corona de su padre al constatar que todos los
numerosos hijos de su hermana Ana I, fallecían en la cuna o antes de llegar a
la edad adulta. Sin embargo, para atajar el problema que se veía venir, el
Parlamento había confeccionado el Act of Settlement (1701),
firmado por Guillermo III y ratificado por el Acta de Unión de 1707, que
requería que el monarca británico fuese protestante mientras que el "Viejo
Pretendiente" era un devoto católico, único "handicap" que le
convertía en un candidato descartable a ojos de los británicos. En
consecuencia, la herencia recaía en la descendencia protestante de una hija del
rey Jacobo I, representada por el Elector Jorge-Luis de Hannover, bisnieto de
ese monarca por lado materno, personaje nada carismático y encima sujeto alemán
que desconocía prácticamente la lengua inglesa. Nada popular entre los
ingleses, el que iba a convertirse en el rey Jorge I contribuyó personalmente
(por su conducta sobretodo) en que renaciera la dormida lealtad hacia los
Estuardo. Huelga decir que su llegada a Gran-Bretaña fue acogida con gelidez.
Favoreció abiertamente a los Whighs y, en la primavera de 1715, los Tories
perdieron las elecciones generales, cediendo el poder al partido Whigh que
mucho se encargó de torpedear a los Tories en el momento de intervenir en las
negociaciones de paz con Francia.
Retrato de Jorge I Luis, Elector de Hannover (1665-1727), Rey de
Gran-Bretaña e Irlanda de 1714 a 1727, como sucesor de su prima la Reina Ana I
Stuart. Su total desapego por los asuntos ingleses y su total desconocimiento
del idioma le granjearon muchas antipatías, dando alas al movimiento Jacobita.
La Rebelión de Lord Mar y otras conspiraciones
Detalle de un retrato de John Erskine, 11º Conde de Mar (1675-1732)
Durante
los años de hambruna que atenazaron Escocia, hubo un sensible crecimiento de
descontentos con la "Unión", haciendo del país tierra abonada para
otra rebelión Jacobita. En ese estado de cosas, el Conde de Mar se volvió
contra el nuevo Gobierno de Jorge I, formado por esos Whighs dedicados a
reprimir aún más a los escoceses, y se puso directamente en contacto con el
pretendiente exiliado en Francia, fomentando una conspiración. En agosto de
1715, Mar anunció públicamente que reconocía como único monarca a Jacobo
III-VIII, proclamándole rey el 6 septiembre. La Rebelión de Mar atrajo
nuevamente a los clanes del Norte de las Lowlands y de las Highlands, reunidos
en su odio común a la Unión y al Gobierno Whigh, planeando sublevar el país de
Gales y en el condado de Devon. Los rebeldes del Norte de Inglaterra se unieron
a los del Sur de Escocia y, con un contingente armado y comandados por el conde
de Mar y Thomas Forster (un escudero de Northumberland), marcharon sobre Inglaterra
sin encontrar mucha resistencia. Libraron batalla en Preston (9-14 noviembre de
1715), con 4.000 hombres, contra las fuerzas del general inglés Wills, y fueron
finalmente derrotados: 1.468 Jacobitas cayeron prisioneros, 463 de éstos siendo
ingleses. Los condes de Wintoun, de Nithsdale y de Derwentwater, capturados,
fueron sentenciados a la pena capital por traición. Sin embargo, Lord Wintoun y
Lord Nithsdale consiguieron fugarse de la Torre de Londres antes de ser
decapitados como sus compañeros... Diecisiete Jacobitas murieron, 25 fueron
heridos de gravedad y cerca de 200 realistas fueron muertos o heridos.
Retrato oval del Viejo Pretendiente, Jacobo III Francisco Eduardo Stuart
(1688-1766), conocido bajo el título de Duque de Albany.
El
Pretendiente, que había llegado de Francia en barco, se encontraba entonces en
el puerto de Peterhead (Aberdeenshire, Escocia) dónde, muerto de aburrimiento
por la inacción, se trasladó al palacio de Scone (Perthshire) con su corte,
desde el cual tuvo que huír finalmente con Lord Mar al recibir la noticia de la
derrota el 4 de febrero de 1716.
Otra
tentativa de invasión fue fomentada por el entonces Cardenal Julio Alberoni,
primer ministro del rey Felipe V de España, en 1719. Sin embargo, el esfuerzo
español se tradujo en un nuevo fracaso y el contingente allí enviado tuvo que
rendirse al término de la batalla de Glen Shiel.
Hubieron
también dos conspiraciones: la "Conspiración Atterbury",
llevada a cabo por el obispo de Rochester, Francis Atterbury, que aparte de ser
un apasionado Tory, conspiró con Lord Mar para intentar poner en pie una nueva
rebelión Jacobita aprovechando las elecciones de 1722, y el escándalo
financiero de "la Burbuja de los Mares del Sur" que
arruinó a muchísimos inversores y especuladores, como ocurrió en Francia con el
escándalo "Law". Sin embargo, las denuncias de espías y los múltiples
arrestos abortaron la conspiración.
La "Conspiración
Cornbury", debe su nombre a Lord Cornbury, heredero del Conde de
Clarendon, quien quiso aprovechar los desordenes públicos y la crisis
acontecida bajo el ministerio de Sir Robert Walpole (1733), y obtuvo el apoyo
del embajador francés y del secretario de Estado de Francia al propagar la
noticia de la inestabilidad del Gobierno Británico de Jorge II, para llevar a
cabo una invasión Jacobita. Sin embargo, el Gobierno francés desestimó el
asunto, relevó a su embajador en Londres y Lord Cornbury, abandonado por todos,
dejó el escenario político.
Retrato del Rey Luis XV de Francia y de Navarra (1710-1774),
según L.M. Van Loo.
Más
contundente fue la tentativa de invasión auspiciada por Francia en 1744:
generada por John Gordon of Glenbucket en 1737, que sugirió a los clanes de las
Highlands apoyar una posible y más que esperada invasión francesa de las Islas
Británicas, dirigida por un agente Jacobita que trabajaba por cuenta del rey
Luis XV, Lord Semphill. Durante 1743, la Guerra de Sucesión Austríaca
interrumpió las relaciones diplomáticas franco-británicas, aunque no era
oficial, las hostilidades entre los dos países fueron retomadas. A través de
Lord Semphill, los ingleses Jacobitas hicieron llegar a Luis XV de Francia una
petición formal de que enviara un contingente armado a las costas británicas.
Después de que un enviado especial del monarca galo "tomase el pulso"
de la opinión británica e hiciera un reconocimiento del terreno, a modo de
avanzadilla, Luis XV autorizó la invasión armada del sur de Inglaterra en
febrero de 1744. El hijo del "Viejo Pretendiente", el príncipe Carlos
Eduardo Stuart (apodado Bonnie Prince Charlie o el
Joven Pretendiente), se encontraba entonces exiliado en Roma junto con su
padre, que se hacía llamar "Duque de Albany", y fue formalmente
invitado a unirse al contingente francés invasor que partía desde las costas
del Norte de Francia. Desgraciadamente, una terrible tormenta destruyó el
contingente naval y puso término a los planes del monarca francés de invadir
Inglaterra. Pese a todo, Francia declaró oficialmente la guerra a Gran-Bretaña,
aunque desestimó retomar los planes de invasión.
Retrato del Príncipe Carlos Eduardo Stuart (1720-1788), Conde de Albany,
y más conocido como "el Joven Pretendiente" o "Bonnie Prince
Charlie".
Para los Jacobitas sería Carlos III de Inglaterra.
Retrato de Lord George Murray (1700-1760), General Jacobita al servicio
de la causa de los Estuardos exiliados y principal dirigente de las tropas
Jacobitas en la última campaña.
Muy
a pesar de las contrariedades sufridas por el Joven Pretendiente, también
conocido como "Conde de Albany" o Bonnie Prince Charlie,
como el fracaso de la invasión francesa a causa de una climatología adversa,
recibió un mensaje de un pequeño número de Highlanders que le invitaban a
desembarcar en Escocia para "reconquistar", en nombre de su padre, la
corona británica. El príncipe Carlos empeñó entonces las joyas de su madre para
reunir fondos e hizo los preparativos con la colaboración (y donaciones) de un
consorcio de particulares. Desembarcó en la Isla de Eriskay, no lejos de las
costas escocesas en julio de 1745, rodeado de 700 voluntarios de las Brigadas
Irlandesas repartidos en dos barcos, y con armamento. Su llegada fue acogida
con inicial tibieza por parte de los clanes escoceses, hasta que se hizo con
Perth y Edimburgo, sin encontrar resistencia. El pequeño destacamento militar
inglés de Sir John Cope, en Escocia, se vió sorprendido y atacado en
Prestonpans, dando esperanzas y más entusiasmo a los escoceses tras esas
victorias tan fáciles. Instalado con su corte en Holyrood Palace, en Edimburgo,
el príncipe Carlos planeó avanzar hacia Londres junto con Lord George Murray y
sus hombres. Murray llevó a cabo y de manera exitosa las maniobras pertinentes
para llegar hasta Derby el 4 de diciembre, ciudad que se encontraba tan solo a
200 km de Londres. Semejante noticia hizo que cundiera el pánico en la capital
británica.
El 16 de abril de 1746, se libró la última batalla entre los rebeldes
escoceses del General Lord George Murray y el Ejército Británico a las órdenes
del Duque de Cumberland, en Culloden Moor. La victoria Británica supuso el fin
del sueño de los Jacobitas y del Joven Pretendiente de recuperar el trono de
sus padres usurpado por Jorge II de Hannover.
Animado
por ese nuevo triunfo, el príncipe Carlos confiaba en que llegarían refuerzos
navales franceses (desde Dunkerque) para asegurar el éxito de la empresa, pero
chocó con la prudencia y los temores de su consejo de guerra, que preferían
retirarse a Escocia y mantener desde allí una resistencia armada ante una previsible
contra-ofensiva del rey Jorge II, sin duda más poderosa que el ejército de
voluntarios escoceses e irlandeses. Desoyendo los consejos, seguro de si mismo
y de su triunfo, el príncipe Carlos exigió seguir adelante y marchar sobre
Londres. El ejército británico, mandado por el Duque de Cumberland, uno de los
hijos de Jorge II, frenó al Joven Pretendiente y lo derrotó en la batalla de
Culloden, el 16 de abril de 1746. Carlos tuvo que huír hacia las Highlands,
esconderse y disfrazarse de "criada" de Flora MacDonald para
conseguir escapar a bordo de un navío francés que lo devolvió sano y salvo a
Francia.
El Príncipe Guillermo-Augusto de Hannover, Duque de Cumberland
(1721-1765); hijo menor del rey Jorge II de Gran-Bretaña, enteramente dedicado
a la vida militar y al servicio de la tambaleante corona de su progenitor, su
victoria sobre los Jacobitas en Culloden le valió el apodo de "el
Carnicero de Culloden".
En
cuanto al Duque de Cumberland, apodado "el Carnicero",
éste se encargó de aplastar la rebelión y perseguir a los que habían escapado
de Culloden, eliminando de manera efectiva el Jacobitismo que, hasta entonces,
había sido el más serio problema político en Gran-Bretaña.
El fin del movimiento Jacobita
A partir
del fracaso de la rebelión Jacobita de 1745, el movimiento Jacobita entró en
una fase inactiva que significó, en cierto modo, su muerte. Si bien los
Franceses consiguieron rescatar al príncipe Carlos de las garras de sus
enemigos a orillas de Escocia, y darle un recibimiento triunfal en Francia como
si de un héroe se tratase, el sueño se esfumó prontamente... Después de las
victorias francesas en los Países-Bajos, dejando a Holanda fuera de combate en
el conflicto, Inglaterra ofreció a Francia una paz en términos razonables, pero
exigió la expulsión inmediata del Joven Pretendiente del país Galo como
principal condición para que se llevasen a cabo las negociaciones de paz. El
príncipe Estuardo ignoró ostentosamente la orden de expulsión (la corte le invitó
a regresar a Roma sin más dilación) y siguió pidiendo más apoyo militar para
sus proyectos y su extravagante tren de vida, y participando de lleno en todos
los acontecimientos sociales de París. Las quejas del embajador inglés, sumadas
a la exasperación del Gobierno Francés, acabaron por provocar su arresto a la
salida del teatro de la Opera, su confinamiento y, finalmente, su expulsión
fuera del país bajo una fuerte escolta militar (diciembre de 1748). Semejante
acto fue muy mal acogido por los parisinos, y duramente recriminado a Luis XV.
Consecuencias
Tras
la derrota de Culloden Moor (1746), la causa Jacobita dejó de interesar a las
potencias europeas enemistadas con Gran-Bretaña. Expulsado de Francia en 1748,
el Joven Pretendiente quiso atraer la atención del rey Federico II de Prusia, y
obtener su apoyo para llevar a cabo su particular "cruzada". Pero el
monarca prusiano le reservó una gélida acogida y mostró su total indiferencia
por la suerte de los Estuardo exiliados. Ni siquiera el complot capitaneado por
Andrew Murray Elibank obtuvo eco alguno, aunque el príncipe hizo el sacrificio
de convertirse al anglicanismo con tal de contentar a sus partidarios ingleses.
Las delaciones, las trahiciones y los proyectos abortados acabaron por minar
las esperanzas del Joven Pretendiente, cuya conducta se volvió más violenta y
brusca a medida que los fracasos se acumulaban. Cansados, los Jacobitas
ingleses dejaron de enviarle fondos en 1760, y Carlos volvió a abrazar el
catolicismo para regresar a Roma donde el Papa sufragaba sus gastos y su lujoso
tren de vida.
En
1766, el Viejo Pretendiente, Jacobo Francisco Eduardo falleció. En 1788, fue el
Joven Pretendiente quien desapareció: se había convertido en un alcohólico, a
menudo violento, pero sobretodo en un personaje amargado y abandonado por su
sufrida esposa, la princesa Louise von Stolberg-Gedern. Antes de morir,
reconoció a una hija nacida de su relación con una joven inglesa católica, la
princesa Charlotte Stuart, reconocida como "Duquesa de Albany" (y
cuya descendencia sigue reivindicando sus derechos al trono británico).
El
hermano del Joven Pretendiente, Enrique Stuart, Duque de York, había abrazado
la carrera clerical al tener vocación religiosa; el papa en persona le ordenó
sacerdote y lo convirtió en cardenal, lo que influyó mucho en el
distanciamiento de los hermanos. Conocido como el "Cardenal de York",
asumió la jefatura de su casa y las pretensiones al trono británico, siendo
llamado Enrique IX (1788). Cuando estalló la Revolución Francesa, el Cardenal
pasaba por apuros económicos y el propio rey Jorge III de Gran-Bretaña le
asignó una pensión para que pudiera seguir viviendo dignamente. Fallecería en
1807, obviamente sin descendencia.
La
sucesión Estuardiana, al menos en lo que se refiere a las pretensiones
esgrimibles, recayó inicialmente en la Casa de Saboya y, de ésta, a la Casa
Real de Baviera por filiación femenina.
En
Gran-Bretaña, el Gobierno, con tal de prevenir futuros problemas en Escocia,
asestó un golpe mortal contra el sistema de los clanes guerreros de las
Highlands. Mediante la Ley de Proscritos, que incluía una ley de desarme y
sobre el atuendo, se confiscaron todo tipo de armas (blancas y de fuego) y se
prohibió llevar el típico atuendo escocés, tanto tartanes como kilts, e incluso
se intentó prohibir el uso de la lengua gaélica. Cualquier infracción a esas
prohibiciones suponían la cárcel y la acusación de "alta trahición"
(por sedición o simpatía Jacobita). Obviamente, la ley se volvía más flexible
con los clanes que habían mostrado, desde el principio, lealtad a la dinastía
de Hannover y habían combatido a los Jacobitas (como los Campbell de Argyll).
Jorge IV, Rey de Gran-Bretaña e Irlanda, Rey de Hannover (1762-1830),
retratado con el kilt escocés por el pintor Wilkes en 1829.
Habría
que esperar el reinado de Jorge IV de Gran-Bretaña, para que el Jacobitismo, convertido
en reliquia del pasado, recuperase ese prestigio a través de autores
románticos, gracias a las obras de Robert Burns y de Walter Scott. La
contribución de Jorge IV a ese renacer se produjo notablemente en 1822, en el
curso de su primera visita a Escocia y cuando visitó Edimburgo enfundado en un
kilt típicamente escocés. Resucitó así la costumbre de los tartanes y de los
kilts que, volviendo a ser tremendamente populares, regresaron al rango de
atuendo nacional de Escocia.
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