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TEMPLARIOS Y MASONES:
UNA CONEXIÓN HISTORICA
Océanos de tinta
han corrido acerca de los Pobres Caballeros de Cristo y del Templo de
Jerusalén: especulaciones fantásticas, teorías descabelladas, y para peor, la
más cruda utilización mercantilista, basada en libros, documentales y
revistas con información deliberadamente ficticia, solo justificada por el
ansia de lucro editorial. La saga masónica no ha sido, por cierto, menos
afortunada en cuanto a tanta mistificación. Por lo tanto, en este muy
limitado espacio no podremos historiar por completo el derrotero de la Orden
del Temple, como tampoco el de la Masonería universal, pero intentaremos un
sucinto análisis de los aspectos históricos, culturales e ideológicos que de
algún modo hermanaron a ambas instituciones. Desandemos ese camino.
Ignoraremos
deliberadamente los orígenes y el derrotero histórico de la orden templaria,
no por poco importante para nuestro tema, sino por lo extenso de su
desarrollo. Alcanzará con puntualizar que los Templarios recogieron durante
su larga estada en Tierra Santa, desde circa de 1119 hasta
prácticamente mediados del siglo XII, una enorme cantidad de tradiciones
místicas y espirituales de las principales culturas de la región, entre las
que se contaban, por ejemplo, las enseñanzas sufíes, las doctrinas de la
kàbhalá, el misticismo persa, etc. Coexisten hasta hoy día dos líneas de
estudio acerca de las posturas dogmáticas de los templarios, una de las
cuales afirma su total heterodoxia tanto religiosa como práctica, mientras
que la otra persiste en reconocerlos como fieles tanto al dogma como a la
praxis católica. No entraremos a dirimir aquí esta cuestión, pero debe
notarse que aunque muchas pruebas documentales puedan sugerir lo contrario,
es de todos modos muy cierto que la Orden defendía cabalmente la fe Católica
Romana y aceptaba a Cristo como salvador y Mesías. Aquí radica cierta clave
de esta espinosa cuestión: la estructura eclesial y jerárquica del siglo XIV,
en cuyos albores se produjo la inducida caída de la Orden Templaria, se
hallaba tristemente corrompida, vendida a los poderes temporales y dedicada
al lucro y el acopio de poder. No es de extrañar, entonces, que una noble
institución como la de los templarios cultivara una praxis espiritual y
mistagógica que les acercara mucho más a la verdadera enseñanza del Jesús histórico,
del que tanto oyeron hablar en la que fuera su propia tierra, y la
enriquecieran con prácticas aprendidas de la más pura tradición mística del
oriente medio. Muchas de esas doctrinas eran sin duda alguna “iniciáticas”,
o dicho de otra manera, perpetuaban lo que René Guénon llamaba con acierto “Tradición
Perenne y Universal”. El fenómeno iniciático, que —insistimos—, no
les era en modo alguno ajeno a los templarios, merece todo un artículo
aparte, que tal vez emprenderemos prontamente, pero bastarán unas pocas
líneas para definirlo parcialmente: el mismo Guénon ha precisado que la
conciencia de la “Caída”, esto es, el recuerdo de un estado
anterior de la humanidad en que estaba en perfecta armonía con el Creador,
con la Naturaleza y con sí Misma, que fuera luego brutalmente perdido a causa
del error y el pecado de nuestros ancestros, generó la necesidad de una forma
de “RE-LIGAR” al hombre con su esencia y origen espiritual, para
devolverlo al llamado “Estado Edénico”. Este estado de pureza y
firme unión con la Divinidad es el que pretende alcanzarse mediante la
Iniciación y el subsiguiente camino de vida que emprende el iniciado. Sin
lugar a dudas, la Orden del Temple practicaba, —cuando menos entre los
miembros de sus cuadros superiores—, vías espirituales iniciáticas,
aprendidas tal vez en su derrotero por Tierra Santa, y que en modo alguno
deben entenderse como heréticas respecto del Catolicismo, sino que venían a
profundizar y renovar el estado y camino espiritual de sus devotos
practicantes. Entiéndase que cuando una religión dada se vuelve demasiado
exterior o mundana, —quizás por la propia necesidad de “sostener” una
estructura institucional—, es menester retornar a una vía mística más
profunda, especialmente dedicada a aquéllos pocos capaces de asumir sus
desafíos y ascesis, y en esto consistió precisamente el camino elegido por
los Caballeros Templarios, fácilmente tergiversado por la historia y aun mas
gravemente juzgado por la Iglesia y el poder temporal que le era
contemporáneo.
La colonización de las islas británicas presenta disímiles pruebas arqueológicas y paleontológicas. Sin embargo, nadie discute que las progresivas invasiones celtas a la actual Escocia, comenzadas a la par del siglo I de nuestra era, representan el inicio de una cultura estable y moderna. El resto de las islas serían paulatinamente conquistadas por celtas galos, jutos, normandos, sajones y anglos. La colonización Romana alteró durante un par de siglos la dinámica entre estas etnias, imponiendo por la espada una tirante “Pax Romana”, pero importa para esta historia el hecho de que los primeros gremios de albañiles de la piedra llegaron a la hoy Inglaterra de la mano de la administración romana. Estos gremios, herederos de las tradiciones ritualísticas que imperaban en los antiguos “Collegia Artíficum”, creados por el rey Numa Pompilio, habían recogido también muchas de las experiencias que los templarios les transmitieron, sin duda durante el largo período de construcción de las grandes catedrales centro europeas. A continuación explicaremos un poco mejor este punto, pero es preciso aclarar antes que a poco de comenzadas las guerras entre las principales tribus celtas del norte y los ocupantes romanos, los obreros llegados del continente dieron paulatinamente lugar a la aparición de los primeros artesanos autóctonos, herederos de un mismo oficio. Sus guildas se multiplicaron rápidamente y el número de sus artesanos creció a la par de la construcción de los más importantes tesoros de aquélla época, tales como la catedral de Saint Giles y el Castillo de Edimburgo, ambos en Escocia, o el Palacio de Saint James y la abadía de Westminster en Londres.
Ahora bien, la
Iniciación Masónica es claramente una Iniciación de Oficio. Nos referimos al
oficio de Artesanos de la Piedra y la Argamasa, —como acabamos de explicar—,
de larga tradición en la Europa continental, quienes construyeron, por
ejemplo, la totalidad de las grandes catedrales góticas, de entre las cuales
Notre Dame de Chartres sigue siendo la más destacada. Los gremios de masones
libres, llamados así por la franquicia que les permitía viajar por los
distintos reinos europeos donde se requería su arte, obteniendo permiso de
estadía y viéndose libres de pagar impuestos al señor feudal local, poseían
ya antiguas costumbres religiosas y místicas que les llegaban de los pasados
“Collegia Fabrorum” romanos, que eran los dedicados al arte
arquitectónico de entre los Collegia Artíficum arriba citados. A su vez,
repetimos, los Caballeros Templarios ya habían tenido amplios contactos con
estas cofradías durante toda la alta Edad Media, brindándoles viejos secretos
artísticos traídos de Palestina, como por ejemplo el referido al arte de la
pigmentación de vidrios, aplicados entonces en los míticos vitrales de gran
parte de las citadas catedrales góticas. No es de dudar que otras tradiciones
menos materiales llegaran a cruzarse entre ambos grupos, enriqueciendo la
espiritualidad de estos hombres a menudo piadosos, que pasaban décadas o
incluso casi toda su vida lejos de sus familias y hogares, al pie de las
monumentales y extensísimas obras que acometían.
A continuación
veremos cómo se cruzarán Templarios y Artesanos Masones en la Escocia en
lucha por su independencia.
EL ARTE REAL
En 1307, una vez descargado el mazo de la traición sobre la cabeza de la Orden del Temple, empuñado por la cobarde mano del Papa Clemente V, —a instancias de su mentor y titiritero, el rey galo Felipe IV, el “Hermoso”—, centenares de caballeros, si no un par de miles, lograron escapar a tiempo de los legados papales huyendo a puertos seguros. Uno de esos destinos fue Escocia, reino que se hallaba en ese preciso momento fuera de la influencia Vaticana. Poco antes de estos funestos sucesos, el 10 de febrero de 1306, Robert Bruce asesinaba a sangre fría a George Seton, su único posible rival en la lucha por el trono escocés, quien a su vez había cometido el error de iniciar tratativas con el rey inglés Eduardo I, volviéndose un blanco fácil. El crimen, cometido frente al altar de la iglesia de los Grey Friars, en Dumfries, resultó una movida política de Bruce, quien ya tenía de su parte a los Obispos Lamberton y Wishart, ambos ultra nacionalistas convencidos, los que apoyaron de inmediato a Bruce en su reclamo del trono escocés, efectuado a horas del crimen. Todos los historiadores contemporáneos concuerdan, previo estudio de los documentos conservados, que dicha conspiración estaba destinada a separar a Escocia del poder papal, —lo que significaba aislarla del poder político de la época—, mediante la obvia excomunión de su nuevo rey, y lograr así entronizar al único noble que aseguraría la lucha por la independencia de Inglaterra. Así sucedió en efecto, y fue apenas un año después de estos hechos que numerosos templarios huyeron hacia escocia, y lo hicieron precisamente porque sabían que hallarían santuario en esas tierras. Los Caballeros, que combatieron codo a codo con las tropas de Bruce, compartieron con los bravos escoceses sus experiencias militares y sus técnicas de batalla, que contribuyeron noblemente para lograr la mítica victoria en la batalla de Bannockburn, durante la primavera de 1314, y que aun estaban presentes militarmente en 1328, al producirse la victoria definitiva de los escoceses, que así obtendrían 400 años de independencia efectiva. Para entonces, los Templarios estaban ya hábilmente camuflados, re convertidos dentro de la sociedad escocesa asumiendo el nombre y apariencia de otras Órdenes de Caballería cristiana, fundamentalmente como la Orden de San Andrés del Cardo, fundada por el propio Bruce a fines de 1314.
Con el reinado de
Bruce en un principio, y con la llegada al trono de Escocia de la dinastía
Estuardo (en inglés, Stewart) en 1371, las construcciones en piedra vieron
una época de esplendor y crecimiento. Los más grandes y mejores castillos,
iglesias, catedrales o abadías vieron la luz durante este período de
florecimiento nacionalista. Los gremios de constructores autóctonos crecieron
exponencialmente, y con ellos se multiplicaron y perpetuaron las costumbres
morales y místicas que estas cofradías habían heredado, las que seguían
practicando con firmeza. Deberemos aquí abreviar nuestro relato, ya que este
punto de la historia merecería varios tomos de grueso espesor, pero bastará
apuntar que las logias operativas de masones ya estaban presentes en Escocia
tan tempranamente como lo registran los manuscritos que se conservan sobre la
construcción de la abadía de Kilwinning, a principios del siglo XVI. Cuando
estas logias operativas comenzaron a redactar actas oficiales de sus
encuentros y actividades, costumbre que no poseían originalmente, permitieron
sin suponerlo su rastreo histórico: aun se conservan, por ejemplo, las actas
del día 20 de diciembre de 1642, pertenecientes a la Logia de Edimburgo, las
más antiguas halladas hasta ahora.
En el año 1598 el
caballero William Schaw redactó el primer código de regulaciones para los
maestros masones escoceses, conocido hoy día como los “Estatutos de Schaw”;
menos de un año después presentaría un segundo estatuto, complementario del
primero. Como se infiere de ello, durante todo el siglo XVI el Arte
Constructivo prosperó por toda Escocia, obteniendo no sólo el concurso de sus
propios Maestros y propiciadores, sino ostentando la protección y el mecenazgo
de los nobles y terratenientes. Algunos de entre estos mismos señores
venían practicando ciertos rituales y un tipo de espiritualidad que podríamos
calificar como “cristianismo esotérico”, heredado en parte de
la noble espiritualidad celta, la misma que se combinó con el primitivo
cristianismo que se propagó en las islas británicas. El clan Sinclair, por
caso, —familia que posteriormente ostentó el cargo de Gran Maestría
Hereditaria —, constructor de la célebre y mítica Capilla Rosslyn (originalmente
pensada como un presbiterio), es uno de los grupos sindicados por los
historiadores como practicante de estos ritos, de tal modo que el análisis
detallado, —tanto en lo arquitectónico, como en lo decorativo y lo
funcional—, demostraría que dicha abadía no estuvo pensada en modo alguno
como capilla tradicional, aunque pudiera funcionar también para tal objetivo.
Los grandes clanes
escoceses estuvieron en contacto directo con los Templarios fugitivos,
quienes transmitieron y sin duda confiaron en esas familias sus tradiciones
místico esotéricas. El terreno para tal mixtura era fértil, como hemos visto,
y comenzará a entrecruzarse peculiarmente cuando los gremios de albañiles
empiecen a aplicar su arte e ingenio para la construcción de las obras
encargadas por los nobles y el clero. La propia Rosslyn Chapel es una prueba
de ello.
Para
finalizar este ya extenso artículo nos veremos obligados a resumir mucho de
esta historia. Así pues, nos encontramos con que a principios del año 1670 la
Logia de Kilwinning, la logia Madre escocesa, ya recibía miembros no
operativos, o sea que no pertenecían a los gremios de constructores. Esto
significa que los reglamentos y códigos de ética y moral de estas guildas ya
comenzaban a expandir sus alcances y objetivos, brindando un camino de
perfección en la espiritualidad cristiana, que comúnmente no se halla
presente en la práctica exotérica y cultual de la religión institucional.
Cuanto aportaron cada una de las partes, es difícil de mensurarlo. Pero sin
dudas prevaleció la impronta de la “Iniciación de Oficio”, como hemos
apuntado antes, más los aportes místicos Templarios, que indudablemente
llegaron vía los nobles y señores que se incorporaron al Arte Real. Pero hay
otro camino por el que la influencia de los Caballeros Templarios se hizo
notar fuertemente en la Francmasonería, y tiene que ver con el desarrollo de
la fraternidad luego del cisma “especulativo”.
Ya se explicará en
otra parte —y con detalle— qué significa operativo y especulativo,
tema plagado de confusiones y equívocos abonados por la actual Masonería
posterior a las “Constituciones de Anderson”, cuando razones políticas
y religiosas causaron una ruptura en la masonería inglesa, abandonando las
prácticas tradicionales escocesas, —católicas y Estuardistas—, a favor de una
espiritualidad protestante que a su vez actuaba en pro de la Casa de
Hannover-Orange, la dinastía germana que usurparía el trono inglés luego de
la mal llamada “Revolución Gloriosa”, que en 1688 depuso a Jacobo II
Estuardo y colocó en el trono al príncipe Guillermo II de Orange, a la sazón
esposo de María II, hija del monarca depuesto. Una vez llegado el legítimo
rey a suelo francés, dónde sentó las bases del exilio familiar, —cuyos
descendientes aun residen allí—, comenzaría la FrancMasonería un proceso
difícil y espinoso, que ya veremos en otro artículo. Pero alcanzará con decir
que mientras la línea auto bautizada “especulativa” realizaba cambios
ritualísticos y dogmáticos en la tradicional masonería, adaptándola a sus
fines e ideario, los llamados “Antiguos”, o sea los hermanos
que conservaban a ultranza las tradiciones y los rituales operativos y
Jacobitas, peleaban duramente por perpetuar dichas tradiciones y prácticas.
El Hermano Lawrence Dermott, comenzando circa de 1752, lideró por años
esa batalla por sostener la legitimidad y la verdadera “Regularidad
Masónica”, incorporando grados de origen caballeresco templario,
muchos de los cuales ya no se practicaban entonces, devolviendo así a la
Masonería Tradicional su esplendor original.
Como puede verse
por lo narrado hasta aquí, la enorme influencia de los Templarios en la
Masonería se hizo sentir con fuerza desde el origen mismo del Arte Real, sus
destinos se cruzaron a menudo, y la historia y derrotero de ambas
instituciones se inscribe aun hoy en el libro simbólico de la “ ”.
Por
Hno.:MARSILIO
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